El escaparate.
Lucia era una muchacha humilde había llegado hacía pocos años del pueblo, y, poco a poco se iba aclimatando a la ciudad. Gracias a la que fuera su señora Doña Adela. Se había colocado en una frutería por las mañanas, excepto los viernes.
Tanto los jueves por la tarde, como los viernes por la mañana echaba una mano en la casa de Doña Adela
Los demás días por las tardes acudía a una academia, donde se preparaba para el certificado de estudios, la vivienda la tenía solucionada ya que Doña Adela le permitia ocupar la buhardilla, con otras sirvientas y comer con todos en la cocina
En la academia hizo pronto buenas migas con otras chicas, que la invitaron a dar un paseo con ella, al salir clase, y, los domingos al salir de Misa, por la tarde iban al cine, o al baile
Lucia no podía ella necesitaba dinero para enviar a su familia, pero llegó un momento en que no le quedó más remedio. Y, aceptó ir al cine, y otra para ir al baile. Eso sí, de pascuas a ramos
Su ropa era demasiado humilde, además estaba vieja,y, gastada las otras chicas aunque no fueran a la última moda, no llevaban ropa que parecía a punto de romperse
Uno de los pasatiempos de las Jóvenes era ver escaparates de moda, mientras comentaban y charlaban y soñaban en alto, pensando en que acontecimiento se pondrían uno de aquellos vestidos
Lucía tras despedirse de sus amigas, regresaba al escaparate y copiaba algún modelo
Después adquiría retales en una retaleria, o, deshacía una pieza de ropa, que hacía tiempo no se ponía. Y, una noche sí, una noche no, con tijeras, cinta métrica, aguja, hilo y dedal, se iba haciendo algunos de los modelitos, en algunos casos con simpáticos cambios.
A sus compañeras y amigas de clase les decía que era un regalo o bien de sus padrinos, de unos familiares que habían venido de visita etc
Pero había una persona llena de envidia. La cocinera de Doña Adela. Que le dijo a su patrona, que Lucía no podía andar en buenos pasos, porque su sueldo en la frutería junto con el de la casa, descontando lo que mandase al pueblo, y lo que le costaba la academia, no le daban para estrenar modelos de escaparate cada dos meses y a veces cada mes. “Yo, sí fuera usted Doña Adela, la despedida”
Pero no lo es. Respondió la señora, y, salvo que Lucía le haya dañado a usted en algo. Le aconsejo que se ocupe de sus cosas, o quien será despedida será usted.
Naturalmente Adela, preguntó a la misma Lucia, quien le contó la verdad
Entonces Adela, de acuerdo con su esposo le cedió un piso céntrico, al que amueblo como vivienda y taller de costura, al principio habría sólo 2 máquinas de coser, una para Lucía, y, otra para otra chica que empezaría a coser con Lucía
En poco tiempo, “Lucía la modista”, se convirtió en una casa de moda, con varios empleados, las personas de clase humilde tenían por poco dinero el modelo que deseaban
Las clases pudientes también, si querían un modelo exclusivo pues Lucía resultó también una gran diseñadora, se les hacía y se les cobraba como una casa de modas de 1⁰ rango, si elegían un vestido hecho a máquina se les cobraba como a cualquiera
Lucia no perdió la amistad con sus compañeras de clase, algunas se convirtieron en sus amigas de verdad
Fue su taller el que hizo los trajes de novia de las que se casaron, de sus hijas y nietas
También de las dos hijas de Doña Adela, y de algunas amigas. Y, con el tiempo de las hijas de estas
A todos los que la conocían les extrañaba que no trajera a su familia, pero sólo respondía que no podía ser. Aunque ella los visitaba con frecuencia
Un día decidió contar la verdad a Doña Adela
Ella no tenía en el pueblo una familia normal, porque ella había sido abandonada en el torno de un convento donde se había criado con otros huérfanos a los que llamaba hermanos, de las monjitas había aprendido el dibujo y la costura
Como eran muchos y el pueblo había perdido población, ella decidió venir a la ciudad, a trabajar. Y, mandar cada mes algo de dinero al convento que era su familia
Adela se secó una lágrima y preguntó
Por qué no se había casado
Lucia sonrió simplemente porque no he encontrado al hombre “que vista bien mi corazón”, pero soy feliz viendo matrimonios felices. Yo, quien sabe a lo mejor en el asilo de muy, muy viejita encuentro al esposo, “que vista bien a mi corazón”
¿Y, entonces te casarías?. Preguntó Adela
“No, señora cada cosa tiene su tiempo, y de viejo no hay que perder la libertad”
Fin