La vieja casa
Siempre me habían gustado las cosas que pudieran albergar algún tipo de misterio. Había una casa, ya vieja, no antigua vieja, se le veían desconchones, estaba en el camino, por él que pasaban los autobuses, bueno, entonces se llamaban, coches de linea.
Yo, miraba para la casa ensimismada, cuando iba al baile con mis amigos y amigas, los demás se reían. Pero yo quería saber que había en la casa, que guardaba
Un día años más tarde yendo en el coche con unos familiares, decidí pararme y explorar, la verdad no había mucho que explorar, la casa estaba casi al borde la carretera, tenía un bajo, en el que seguramente tiempo atrás estuviesen las cuadras, la puerta era de estas medio partidas, es decir que se abre la hoja superior, y, la inferior queda cerrada
Después se veía un piso superior, ya que tenia un balcón cerrado con una puerta que en su día, había estado pintada de blanco. Y que tenía un cristal roto
Rodeando la casa, había un pequeño huerto y jardín mustio y seco, y, un pozo tapado, que ignoro, si daba agua
Aun no había teléfonos móviles, así que pedí a mi primo Andrés que le hiciera una foto con su cámara, a lo que se negó alegando que aquello era una propiedad privada, y, nadie nos había dado permiso
A mí me parecía absurda su idea, pero no tardo en aparecer un hombre mayor que nos pregunto
¿Les gusta la casa, no querrán comprarla?
Yo, lo miré y respondí, bueno dependerá del precio
Pues sabe que les digo, que no lo hagan, esta casa está maldita, si la compran, empezarán a sucederles desgracias, males sin cuento, pues la habita el diablo
No pude evitarlo, y me eche a reír. Le dije que no me importaba, fregaría los suelos con sal y agua bendita
No, se ría joven, respondió el anciano, esta casa está aquí para atrapar a los incautos, por las mañanas temprano no está, y, por las noches después de las 3 de la madrugada tampoco.
Ya tuvo compradores y, ocupas pero de ninguno, se volvió a saber nada, solo que a sus familias, además de su perdida, les sobrevinieron las desgracias los males sin cuento.
Vamos por favor, señor que estamos en 1985, y, habla usted como si estuviésemos en la edad media, qué pasa que la casa se va a la discoteca, o al salón de baile. Por cierto me llamo Berta, cual es su nombre, mi nombre era Miguel, ahora soy uno que precisa oren por él.
Vaya su nombre era Miguel, que pasa, que se lo cambió, pues es bien bonito.
No, me lo cambié los nombres que tenemos en este mundo, es mientras estamos vivos, y, yo no lo estoy, la casa me mato, y llevo a mis padres a la locura
Ni que decir tiene que no creía nada, pero no podía evitar un hormigueo extraño, una mujer apareció cruzando la calzada con cuidado, venía de una de las casas del otro lado.
Qué hacen aquí solos mirando como pasmarotes, si el coche de linea, tiene que girar por algún motivo, los mata, váyanse, aquí no se les perdió nada, si fuesen mis nietos, los calentaba
En el coche no volví a tocar el tema, con mis parientes, ellos también se habían impresionado, pero había algo que yo quería, comprobar, sí era cierto que la casa desaparecía.
Sí ya se que no tiene ni pies ni cabeza, lo de las 3 de la madrugada, me era fácil ya que un vecino que era guardia civil, solía cuando tenía guardia, hacer aquella ruta, precisamente a aquella hora.
Así que le pregunte, que opinaba de la casa vieja. Se sorprendió, allí no había ninguna casa vieja, lo que hay son los restos de un viejo cementerio familiar, incluso en una de las tumbas, se lee a un un nombre Miguel, y, una fecha 1820-1839, nada más
Aquella respuesta no me hizo gracia, y decidí preguntar a otra persona, que iba a trabajar por esa zona muy temprano, si se había fijado en la casa, la respuesta fue la misma que la de mi vecino, el guardia civil, no había tal casa
Pero cada vez que íbamos al baile, o a cualquier otro sitio allí estaba provocadora, un día yendo con unos amigos en el auto, mi amiga Ricarda, dijo que casa, tan simpática, por qué no bajamos y exploramos
No, dije gritando mejor empieza a rezar el Rosario, lo necesitamos, y ofrece un misterio por Miguel
Mi amiga se sorprendió, pero empezó a rezar y de pronto un apestoso olor a azufre lo invadió todo, miramos hacía la casa, ya no estaba.
Pero sí vimos un jardín muy hermoso, y un joven que nos sonreía y subía por unas escaleras, que como cristianas sabíamos a donde iban y que el joven era Miguel, el anciano difunto que me había pedido ayuda.
Desde entonces he dejado de curiosear las casas viejas que me encuentre en el camino.
Fin