miércoles, 14 de noviembre de 2012

El acróbata

 Hacía menos de un mes, que el circo se instalará en la ciudad. Desde que  anunciaran su llegada, D. Alberto, había hecho todo lo posible,  y, hasta lo imposible, para tratar de impedir que aquellos titiriteros, manchasen "su ciudad";  estaba convencido, y, asi lo decía a todo, él que se paraba a escucharlo; que en el circo, sólo había maleantes,  gente de mal vivir, personas peligrosas, sobre todo los acróbatas; quienes además como eran capaces de andar por cuerdas, y, trepar a lo alto, podían  fácilmente, entrar en las casas por las ventanas, y, desvalijarlas; o, incluso cometer crímenes, que  jamás serian descubiertos.

    Por  esta razón se oponía con todas sus fuerzas a su instalación, aunque su oposición no sirviese para nada.

    A la negativa de las autoridades del municipio, de atender sus ruegos, se unió, la  decisión de su hija mayor Elena, de llevar a sus hermanos pequeños a ver la función circense;  naturalmente se enteró cuando ya  había tenido lugar, que si no, a buenas horas.

  Elena se lo contó en la cena, y, le habló de Jaime el acróbata,  le dijo que habían quedado para tomar un café, al oír a su hija, se puso como una fiera, naturalmente, Elena que era mayor de edad,  lo calmo, le dijo que sólo iba tomar un café, no casarse con él, y, que desde luego, no iba hacer caso, a los caprichos absurdos de su padre; asi que para no tener bronca en casa, acepto que su hija, que pese a tener 25 años, el veía como una niña, fuese al café con el acróbata

 Durante los 15 días que la carpa estuvo instalada, los  dos jóvenes se vieron varias veces, y, entre ellos nació, algo muy hermoso, amistad

  El mismo día, que se iba el circo, un voraz incendio sacudió la mansión de D. Alberto, y, de su familia; vivía en un piso muy alto, y, los bomberos; no disponían de escalera que  alcanzara el lugar donde sus hijos, Elena,  y, los pequeños, Gabriel, y, Ricardo, veían como aquel infierno, los cercaba, los asfixiaba,  pero, nada, nada, se  podía hacer, desde la calle, veía  con miedo, con dolor, con rabia, como el fuego cercaba a sus hijos,  él había salido horas antes, precisamente,  a enterarse de que de verdad el circo se iba, al llegar se encontró con el incendio, y, con sus hijos atrapados,

 Los curiosos se agolpaban en la calle, a la espera del fatal desenlace,  el resto de la ciudad, seguía  la noticia por la radio, y, la televisión local

  Hasta que llego Jaime el acróbata, y, empezo a trepar por la pared de la casa contigua, lanzó una cuerda que engancho en la ventana de la casa, y, otra  en un saliente de la pared por la que había trepado, y, asi caminado como un pájaro, saco primero  a un niño, luego, al otro, y, por último a Elena,  los bajo, hasta la altura en que la  escalera de los bomberos ya podía  alcanzarlos

  A continuación bajo, él, y, saludo al padre,  ofreciéndose para cualquier otra cosa, que precisará, D. Alberto,  no sabia que decir, aquel jovén, aquel acróbata que él tenía como un delincuente, había salvado lo que más quería,  sus hijos

  Conteniendo apenas las lagrimas, le dijo,  " gracias, no sé  como podré  pagarle,  mejor dicho, nunca podré pagarle  lo que ha hecho"; no tiene  que agradecerme nada, señor, respondió, Jaime, lo hubiéra  hecho cualquiera. 
Cualquiera no, replico D. Alberto,  sí, cualquiera, cualquiera, que supiera trepar, yo sabía, por eso, lo hice

  D. Alberto, calló un momento, y,  luego dijo,  voy a pedirle, un favor

Si puede escribame en Navidad,  me gusta tener noticias de mis amigos

Fin