No sabía, por qué, pero era
incapaz de levantar los ojos del cuadro;
que colgaba de la pared del salón de la casa de una amiga
Llamaba mi atención; hasta el punto de abstraer mi pensamiento;
tratábase de una acuarela que representaba una casa rural, de la que sólo eran
visibles, dos ventanas cerradas, sin contras; una pequeña celosía; un portón a medio abrir, a
la derecha de la casa, había un camino que se perdía en el horizonte, una pequeña muralla de piedra,
intentaba rodear la misma; enfrente se
alzaba otra casa, más alta, más señorial; como si fuese; “ la casa de los
señores, tenía dos ventanas, o, tal vez
una sola, con cortinas, y, dos puertas, no portones”
Notaba que el cuadro me absorbía,
como si algo, me empujase dentro, como si fuese algo vivo, o, la gente que un
día hábito aquella casa, quisiera decirme algo.
Trate de no pensar, en lo que, a
todas luces me parecía, absurdo, de apartar mi mente, y, mi vista del cuadro,
pero era como sí, un imán invisible me atrajese
Mi amiga, lo noto
¿Qué te sucede, hoy, estas como,
abstraída, no paras de mirar, la pared; no te enteras de nada?
No, miro la pared, respondí, miro
el cuadro
¿El cuadro? Pues hija mía, te lo
debes saber de memoria
Hoy es distinto, le dije, es como
si la gente del cuadro, quisiera hablarme
Mi amiga, me miro, muy sería, y
me dijo:
¿En el cuadro, no hay personas,
es un paisaje, oye, de verdad te sientes bien?
Si, y, no, respondí, y, continúe,
por cierto en la casa, hay personas; no ves que en una el portón esta a medio
cerrar, y, las ventanas no tienen contras
Mi amiga, no me contesto, se
levanto enfadada, y, fue a la cocina, a preparar el café, yo aproveche para marcharme, sin despedirme
Pero aquella noche en casa, no
pude conciliar el sueño; tenía que averiguar lo que se escondía, detrás de la
casa, o, mejor dicho, del cuadro
El cuadro, representaba una vieja
casa rural, en una aldea de Salamanca,
de mediados del siglo XIX; me costo mucho dar con ella, pero al fin lo
conseguí, estaba igual que en la pintura, aunque ahora se
notaba su abandono, descubrí, que aunque en el cuadro parecían dos viviendas,
eran en realidad una sola, en las que ahora por supuesto, no vivía nadie
Me propuse averiguar la historia,
y, lo conseguí; gracias a una viejita
del pueblo. Se trataba de una casa solariega del siglo XIX, en la que vivían D, Urbano Sierra de la Encimera
con su esposa, Doña Carmen, tenían tres hijos, el mayor Luis, llamado a ser, el
heredero del blasón, y, todos los bienes de su padre, en la otra casa, la del
portón, que en realidad no era más, que una dependencia de la primera, en el bajo estaban las caballerizas, y, las
cuadra; y, en el piso superior, vivían; Antonio Romero San Juan, su esposa
Ventura, y, su hija Verónica, una joven
morena de unos 18 años; de edad; que
ayudaba en los trabajos de la casa principal, tanto Antonio, como su esposa,
avisaron a Verónica de que tuviese cuidado; en La Casa, pero ella y Luis, se
enamoraron; sin que sirvieran de nada las amenazas de D. Urbano de desheredar a
Luis, ni de Antonio, de dar una paliza a Verónica, y, meterla en un convento,
ellos se amaban, y, su amor era para siempre, pensaban que tal vez, el anuncio
de la llegada de un niño, haría cambiar a sus padres, tanto a unos como a otros.
Verónica se quedo embarazada, y,
empezó a confeccionar ropitas, de bebé;
al llegar su gestación a los tres meses, lo notifico a sus padres, en
contra de lo que esperaba, sólo escucho insultos, y, la determinación paterna,
de que no podía tener aquel hijo; bueno no dijeron; hijo, se limitaron a decir,
que, “aquello”, no podía seguir adelante;
protesto, con todas sus fuerzas, pero sus padres no cedieron, y, los
padres de Luis, tampoco, en eso, estaban de acuerdo, señores, y, criados
Luis, iría estudiar fuera, al
extranjero, y, ella, se casaría con un hombre del pueblo, los padres de Luis,
ayudarían a los suyos, a que su dote, fuese buena, así, ningún labriego, con
pocas, tierras la rechazaría
Verónica, no quería que matasen a
su hijo no nato, y, fue ver al viejo cura, no le contó todo, porque este ni la
oyó, ella le dijo, que se había quedado encinta, y, que sus padres, el cura, no
le dejo seguir, le dijo, que ya había pecado, al quedarse encinta, sin estar
casada, que debía obedecer a sus padres en todo, ella, le corto diciendo, pero
es que, pero al sacerdote, no le importaban sus argumentos, y, le insistió en
el deber de obedecer a sus padres en todo, él pobre viejo, era incapaz de
pensar, que entre sus feligreses, hubiese quién pudiese planear el asesinato de
un niño inocente, de ahí sus palabra, Verónica no insistió, ya no tenía donde
apoyarse, sólo le quedaba ceder, y, cedió.
La llevaron a casa de una mujer de los infiernos, una “créateur
d´angers”, que dicen en Francia; “una Herodes”, el aborto no sólo acabo con la vida, de su
hijo, si no con la de la propia Verónica, que murió entre horribles dolores.
En la casa, habían quedado en un
cajón las ropitas, que con tanto amor, estaba tejiendo, y, bordando para su
bebé.
En la casa, comenzaron a suceder,
cosas inexplicables, por más que todos tratasen de buscarles, una causa
racional; aunque cerrasen el portón de la casa, este se abría solo, y, cuando
se cerraba, no lo hacía del todo, siempre quedaba media puerta abierta, así
todos los días, y, todas las noches, por otro lado, era imposible apagar las
lámparas de la habitación de Verónica, se volvían encender solas; y, eran
lámparas de aceite, y, petróleo, además se oían pasos, y, ruidos, como si
hubiese alguien rebuscando en cajones, cuando era evidente, que no había nadie.
Por lo que hace, a la otra casa,
a la casa grande, el viejo, que me contó, la historia, me dijo que se creía,
ver tras los cortinajes, al joven Luis, quien al conocer el triste final de su
amada, y, de su hijo nonato, había corrido como un loco, con su caballo,
despeñándose, y, muriendo como consecuencia, del fatal accidente.
“Ella”, me dijo, refiriéndose a
Verónica, viene por las ropas de su criatura, de su hijito; si quiere le
enseño, su tumba, en el cementerio, ya sé, que ella, no esta allí, pero es el único sitio, al que puede
llevarle, la ropita de su hijo; no tenga miedo, entre en la casa, la ropa tiene
que estar en uno de los cajones, vierta agua bendita en la ropa, y, pronuncie,
un nombre el que venga a su mente, pues
ese, será el que Dios habrá puesto al niño, a continuación vaya al cementerio, rece un avemaría, a
continuación, diga a Verónica que le lleva las ropas para sus hijito, y, rece
otra oración.
Eso es todo, le dije; me
respondió, no me olvidaba de una cosa, tras coger las ropitas, y, antes de ir
al cementerio, deberá ir a la casa grande, y, aunque no vea a nadie, invocar a
Dios, y, decir mostrando las ropas; “Luis, llevo estas ropitas a tu hijo, (con
el nombre, que le haya dado, usted), voy llevarse las a tu esposa, ve, con
ellos, en el nombre de Dios.
Aunque confieso, me parecía todo,
un sin sentido, lo hice, así, el nombre que me vino, a la mente, fue Moisés.
Antes de regresar volví a lugar, el portón estaba completamente cerrado, las
luces estaban apagadas, los cortinajes aparecían corridos; en la casa grande
todo estaba cerrado, y, en paz.
Al regresar a la ciudad, tuve un
accidente, estuve dos días, inconsciente en el hospital, mi amiga vino a verme,
y, le conté mi aventura pero no me creyó, me dijo que me había obsesionado, y,
lo había soñado todo. He estado pensando, qué tal vez mi amiga tenga razón;
pronto lo sabre, esta tarde voy ir a su casa, tengo que agradecerle sus
desvelos durante mi hospitalización
Ya en casa de mi amiga, me fijo
en el cuadro, ha cambiado, las casas se ven, no como estaba antes, si no como
las vi, después de hacer lo que me dijo el anciano, se lo hago notar a mi
amiga, pero ella, no esta de acuerdo; me dice que el cuadro, siempre estuvo
así, que una pintura no cambia. Me callo, no quiero discutir, puedo estar
equivocada, la lógica parece apoyar a mi amiga, como se va cambiar un cuadro,
trataré de olvidar pero antes de ir a dormir, quiero revisar el viejo álbum de
fotos, y, entonces lo veo claro, allí esta la foto, la foto que hice a mi amiga
en el salón de su casa, donde esta el cuadro, es de antes de mi viaje, en la
foto, la casa pequeña tiene las ventanas
sin contra, con la luz encendida, y, el portón a medio abrir, la casa de
enfrente tiene las cortinas, o, cortinajes a medio cerrar, ahora sé que no fue un sueño, estoy segura de
que Dios, tendrá con Él, aquellos tres pobrecicos, pues incluyo el bebe, al que
se impidió nacer
Fin