El Camarote del Titanic
Lucía dio una propina, al
muchacho que colocó sus maletas en su camarote, el chico salió cerrando la
puerta, y, se quedó sola
Fue entonces, cuando echo una
mirada a lo que la rodeaba, a lo lejos
por el ojo de buey se veía el mar, tranquilo de un azul inmenso que hacía juego
con el azul del cielo, observó el lujo que la rodeaba, estaba en el barco más
lujoso del mundo. “El Titanic”
Aunque el suyo no fuese un viaje de placer, como pensaban todos los que la conocían, mejor dicho los que creían
conocerla, aquel viaje era una huida de sí misma, un recomenzar de nuevo
La ruptura de su compromiso con
Jaime; había sido un duro golpe, pero no el único ni el peor, el peor había
sido descubrir que estaba embarazada; ella no podía tener un hijo sin estar
casada, como si fuese, una de las mujeres que faenaban en casa de sus padres, a
ella a Lucía, un bastardo no le iba, a complicar la vida
Por eso fue a ver a, “un médico
respetable”, que la entendió, comprendió “su problema”, y le soluciono, “el
problema”
Cuando se lo contó, a D. Froilán
su confesor, porque Lucía era una buena chica católica, que se confesaba con
frecuencia; aunque aquello más que confesión, fue como quien hace mención, a
que dio un paseo, ella lo hizo antes de acudir al médico, le dijo lo que iba
hacer, D. Froilán le dijo que aquello no podía hacerlo, “que era un crimen”
No le hizo caso, “paparruchas”,
si hasta aquel devocionario, encuadernado en piel, que le regalara su madre por
su mayoría de edad, lo decía bien claro, “antes de estar animada”, y el suyo,
lo que llevaba en su seno, por más que se empeñase D. Froilán, sólo era un
embrión, sangre, nada en suma, por eso fue ver al doctor, y asunto solucionado,
ahora a viajar en el Titanic, ya tendré otro hijo, más adelante, cuando esté casada, no se preguntó, porqué había dicho, otro hijo, si ella no tenía ningún
hijo, ¿O tal vez sí, tal vez tendría razón. D. Froilán, que más daba, de
existir Dios, que no era seguro, nada podría hacerle, ella era invencible, como
el Titanic, aquel barco, en él que iba dar la vuelta al mundo, y, al que nadie
podría hundir
No, tardó en integrarse con el
resto de los pasajeros, se divertía, o mejor dicho simulaba hacerlo; porque
algo se agitaba en su interior; algo que la reconcomia
Aquella noche, se hallaba acostada,
cuando la despertó un golpe brusco, que la arrojó de la cama, se levantó y
salió al pasillo, vio gente corriendo desesperada de un lado hacia otro como
animales, y, noto el agua fría en sus pies, en sus rodillas, supo que la muerte
estaba allí, intentó escapar, tomar un bote, pero ya no había
En su soberbia, El Titanic, sólo llevaba unos pocos botes,
más como adorno, que como otra cosa, no le hacían falta, bien claro lo decía la
leyenda
“Ni Dios podrá hundirlo”; no hizo
falta que Dios se molestase, lo hizo una criatura de Dios, un iceberg
Lucía, se dejó caer en el suelo,
sintió el sabor del amargor de la muerte, y pensó en el hijo, al que impidió nacer, le
pidió perdón; y, oyó, o tal vez fue su delirio, quien se la hizo oír, la voz de un
niño
“claro que te perdono mamá, nos
vemos hoy en el Cielo”
Luego pidió perdón a Dios, por su
crimen, por toda su vida, y sintió, claro que también pudo ser el miedo, una
mano paterno maternal, que le decía
“Descansa mi pequeña, como no voy
a perdonarte, si no se hacer otra cosa, y, además acaba de perdonarte un
inocente, y con el perdón del inocente, va siempre el perdón de Dios”
Al día siguiente todos los
periódicos se hacían eco, de la muerte en el hundimiento del Titanic, de la
joven Lucía, hija del prestigioso joyero, Artrabuc, quién por
motivos que se desconocían había roto su compromiso. Con el conocido
arquitecto Carlos Montaraz; doña Lucía se hallaba realizando un viaje de
placer, y se había embarcado en el Titanic, en la ciudad de Stanford en Gran
Bretaña. Descanse en paz.
Fin