jueves, 20 de febrero de 2014

Los jóvenes del desierto


Rubén, y, Jacob, habían crecido en el desierto; sus abuelos, sus padres, habían salido de Egipto; con Moisés, hacia, tanto tiempo; que ellos, dudaban, de que fuera cierto, no habían conocido, otra cosa, que las dunas, del desierto, todo el pueblo, no sólo sus padres, y, sus abuelos; les decían que era verdad, que Dios, por medio de Moisés, los había librado de la esclavitud, y, ahora iban a llegar a una tierra maravillosa, que Yahvé; El Señor, les daba, para ellos, no lo creían, nunca habían visto, más que el desierto, y, no esperaban llegar, a ninguna tierra

Se decían que, no era más que un cuento, de Moisés, que a saber que, tropelías habría hecho en Egipto; a causa de pensar de este modo, Ruben, y, Jacob, perdieron la fe, en Moisés, y, lo que es peor, en Dios.

Cierto día, decidieron dar la vuelta; intentaron regresar a Egipto; donde aún como esclavos; estarían mejor que, en aquel desierto; por la noche, ataron sus pocas pertenencias; y, emprendieron un camino, de vuelta a una tierra, de la cual, nada sabían, y, de la que sus mayores, habían huido.

Por la mañana; los buscaron, pero al no hallarlos, tuvieron que proseguir la marcha, sin ellos

Dos meses más tarde, su pueblo, el pueblo judío, el pueblo de Dios, entraba al mando de Josue en Cana, ellos nunca llegaron a Egipto; sus cuerpos se calcinaron en el desierto.



Fin

Nunca debemos juzgar

Hacía pocos días que; había llegado a aquella ciudad; me habían dado la dirección de una buena peluquería; y, me dirigí a ella; fue allí, donde conocí a Elena; claro que cuando, supe quien  era, ya era tarde

Elena, era una mujer de unos 40 ó 50 años, coincidimos en la peluquería, apenas hablamos, su charla era casi toda con la peluquera, fue a la salida, cuando tuvimos una pequeña conversación, salimos casi al mismo tiempo; y, coincidimos, en la parada del autobús, mientras, esperábamos el autobús, empezó a llover.

Al comenzar la lluvia, su rostro se nublo, no tenía paraguas, y, ponía sus manos, sobre su cabeza, y, su bolso, intentando guarecerse del agua, mientras las lagrimas, brotaban de sus ojos, decía, como dirigiéndose a mi

“Que horror, Dios mío, no me puede pasar, esto, es una desgracia, la lluvia me va despeinar, sin un paraguas”

Me costo contener la risa, veía una mujer ridícula, pensaba en cuantas desgracias estarían pasando en aquel instante, en cualquier parte del mundo, y, aquella mujer, sólo le preocupaba su peinado, “su peinadito”; casi me alegraba de la lluvia, ya le daría yo problemas, pensaba

La lluvia, pese a todos sus esfuerzos la despeino; en el autobús, nos toco ir sentadas en el mismo asiento, me dijo, con los ojos empañados por las lagrimas, que se había peinado para su marido; no le importaría volver a la peluquería, pero ya era tarde, tenía que hacer la comida; lloraba de tal manera, que pensé, se había vuelto loca

Por fin, llegamos a nuestro destino; vivía, justo encima de un supermercado; donde, yo solía comprar, el embutido para mis bocadillos.

El resto del día, disfrute de mis vacaciones; y, me olvide completamente de la anécdota de la señora, a la que la lluvia, había estropeado su peinado; fue al día siguiente cuando supe su nombre, Elena

Entre en el supermercado, a comprar el jamón, para mi bocadillo, y, la cajera, y, otras personas, estaban diciendo, (algunas sin poder reprimir el llanto); “no hay derecho, pobrecita, a tipos como ese, había que colgarlos, pobre, Elena”

¿Qué será ahora de sus niños?

Pregunte de quien hablaban; de Elena, la señora que bajo, ayer del autobús contigo, me dijeron

No la conocía, coincidimos en la peluquería, no sabía quien era, tenía, obsesión con su peinado. ¿Qué le sucedió?

La mato, su marido, el hombre que, todos sabían, que la maltrataba, aunque ella aguantaba, por los niños; tenía una comida importante, y, le dio dinero, para ir a la peluquería, al llegar sin el peinado, pensó, que le había dado, el dinero a su amante, amante, que por supuesto no tenía, y, no se contento, con golpearla, la apuñalo

Dios mío, exclame, y, yo riéndome; que superficiales, somos a veces. ¿Quiénes somos nosotros, para calibrar, que es lo que puede ser peor, para el otro?

Para ella, no era una frivolidad, conservar su peinado, era cuestión de vida, o, muerte.

En su funeral, al día siguiente, le pedí perdón, y, desde entonces, cuando alguien dice, que, “Eso, es lo peor, que le podría pasar”; aunque para mi, sea una fruslería, le doy gracias a Dios, de que mis problemas, cuando son gordos, hasta lo parecen

Elena me enseño, a respetar a los otros, y, a no juzgar lo que no conozco

Fin













martes, 18 de febrero de 2014

Las cuatro florecillas del camino

Las cuatro florecillas del camino.
En un pequeño pueblo de la provincia de La Coruña, hay un camino: “corredoira”; suele llamarlo la gente del lugar; que baja serpenteando entre muros, en los que brotan unas florecillas silvestres, alrededor del bosque, de eucaliptos, y, de pinares, pues bien allí, en ese rincón, crecen unas flores, mejor dicho, son unos capullitos, de color rosa pálido, cuya única particularidad; es la de tener la forma, de los tocados, que llevaban las mujeres, allá por el siglo XIII

La verdad es que se trata, de cuatro jovencitas, encantadas, convertidas en flores

Esta es su historia


Corría el año 1264; la fecha es aproximada, Luisa; Lourdes, María, y Crisanta, eran cuatro jovencitas, pertenecientes a la hidalguía gallega, muy jóvenes, y, muy hermosas, las cuatro eran hermanas, su padre, era D. Braulio de Dornamonte, quien como se acostumbraba, por aquel entonces, ya había pactado sus respectivos, casamientos

Luisa casaría con un noble portugués. Don Ramiro del señorío de Souza

Lourdes con un sobrino del conde de Lemos

María con un noble castellano

Y, Crisanta, menos agraciada, entraría en un convento, para llegar, al puesto de abadesa, porque si algo tenían claro, las jovencitas, y, sus padres, era, que ellas, habían venido al mundo, para ser servidas, y, no a servir

Era por eso, que no tenían compasión, ni de sus criados, ni de los campesinos

Aquel día, era domingo, como siempre, habían escuchado Misa: en la iglesia, que se elevaba, en el lugar, donde, se halla ahora, el Pazo de Meiras; y, regresaban, en carroza; a su pazo (palacio).

Había llovido mucho, y, el suelo, estaba lleno de lodo, y, barro; la carroza, en la que iban, tropezó, con una campesina, que llevaba un haz de hierba, para el ganado; aferrado a su mano derecha, un pequeñín, de unos cuatro años; muy sucio, y, vestido con harapos en la otra mano, sostenía por una cuerda; una vaca, única riqueza, de aquella pobre mujer, y, de su familia.

El cochero, les dijo que tenían que retroceder; para dejar paso, a la mujer, el niño, y, el animal: ya que no había espacio suficiente para la carroza, y, la campesina, no escucharon razón alguna, e insistieron, en que continuase la marcha, fue entonces cuando el cochero, pensó, que tal vez no lo entendiesen, y, no se diesen cuenta del peligro que significaba continuar; así pues les dijo, que la carroza podría herir, o, matar a la mujer, y, al niño, y, aunque fuese un mal menor, a la vaca, que no era tal, puesto que era, su sustento


¿Y, qué pasa, entonces? Fue la orgullosa respuesta, de las cuatro jovencitas: no se pierde nada importante, nosotras somos señoras; y, no vamos a detenernos, para que pase una campesina; es ella, quien por respeto, debe recular; y, darnos paso

El cochero, insistió, en vano, en que lo que pretendían, ellas era imposible, sólo ellas, es decir la carroza, podía, recular; pero ellas no escuchaban, de modo, que no le quedo más remedio que ceder; la carroza estaba a punto de matar a la vaca, la mujer les hizo señales de que parasen; el cochero, lo iba hacer; pero ellas, tomaron las riendas de los caballos, y, les obligaron a seguir, la carroza mato, al pobre animal


En aquel momento, la mujer con los ojos llenos de lágrimas, miro al Cielo, y, ese mismo instante, las cuatro hidalgas, se convirtieron en cuatro florecillas pequeñas, poco vistosas que renacen cada día, en los muros del camino.


El cochero al que al ser inocente, no alcanzo la maldición, llego hasta el pazo, y, contó, que habían sido atacados por unos bandoleros, lo que sucedió en realidad, no se l o hubieran creído, tampoco lo hicieron con la historia que inventó, lo acusaron de ser un asesino, y, de haberse deshecho de los cuerpos

Consiguió huir a Portugal, donde se pierde su historia; por lo que respecta, a Luisa, María, Lourdes, y, Crisanta, siguen convertidas en flores; conservando tan sólo la forma, y, el color del tocado que llevaban.

Hasta el día, en que las liberé de su encantamiento; no importa, sea hombre, o, mujer, que ceda el paso del camino, a quien precise pasar primero, y, en el caso de llevar carga, le ayude con la misma, sin importarle mancharse, y, ponerse perdido de lodo, y, barro, y, al mismo tiempo, tome en su mano, las florecillas, olvidando el orgullo, en ese momento, las florecillas, volverán a ser cuatro mocitas.

Ha pasado mucho tiempo, y, siguen allí, señal de que nadie cedió el camino, o, si lo hizo, no tomó las cuatro flores en la mano


Fin