La llamada (cuento)
Antonia, despidió a sus hijos y a sus nietos, cerró la
puerta de la verja, y comenzó ascender por el camino, que serpenteaba entro los
árboles frutales, los pinares, y, algún roble, más de una vez se había
preguntado porque vivía en aquel caserón; teniendo 3 hijos que la adoraban.
Se respondió a sí misma, diciéndose, que no se sentía sola;
Alfredo, su difunto esposo la acompañaba, aunque eso, no lo comentase con
nadie, la tomarían por loca. De pronto oyó el sonido del teléfono, ya era
tarde, más de las 9 de la noche, era invierno, no esperaba ninguna llamada;
decidió no responder, sobre todo al ver que era un número desconocido, pero el
sonido era insistente, y, decidió descolgar el aparato, para que la dejasen
tranquila.
Clínica Santa Eufemia. Dijo una voz detrás del hilo
Este es un domicilio particular, privado quiero decir, fue
la respuesta de Antonia, y colgó
Volvió a sonar el teléfono; de nuevo la misma voz
“Discúlpeme, ya sé que es una casa particular, pero podría
hacerme un favor, soy mayor, y, no puedo buscar el número de la clínica Santa
Eufemia, ni su dirección; me he enterado de que esta allí mi hija muy grave.
¿Podría ayudarme?
A punto estuvo de mandarla a paseo, pero algo, no sabría
decir él que, la empujo a prestarle, el pequeño favor
De acuerdo lo intentaré pero no me llame usted, lo haré yo,
cuando tenga los datos que necesita, su número ha quedado grabado en mi
teléfono
Antonia cumplió lo prometido, y, llamo a la desconocida.
Escuche el teléfono es 444218965; la dirección es calle Petronio Negro, nº 4
Gracias, no sabe lo que se lo agradezco, podría pedirle otro
favor, se trata de mi hija, se llama, Clara Antonia Lerga. Al oír el nombre,
Antonia no pudo evitar un estremecimiento que sacudió todo su cuerpo, era el
nombre de la amante, de Alfredo, la que se aprovechó del, la que
lo arranco de su hogar, hasta que
enfermo; entonces lo devolvió como un objeto; y, ahora estaba ella
enferma, y enferma grave, sola en un hospital, pero qué culpa tenía su madre;
posiblemente ninguna, así pues la acompañaría a verla, tras unos segundos que a
Clara madre le parecieron siglos, Antonia, respondió
De acuerdo, lo haré, pero no me llamé, la llamo yo. Hasta
pronto
Dos horas más tarde llamo, para decirle que había
averiguado, el número de la habitación
el estado de la enferma, que era muy grave, el horario de visitas, era por la
tarde de 5 a 7
La madre de Clara le dio las gracias y le pidió un nuevo
favor, que la acompañase a ver a su hija. Antonia sabía que eso significaba
verla de nuevo, pero sintió lastima de su madre, y, sin saber porque accedió.
Quedaron a las cuatro de la tarde en un café, se comunicarían por el móvil para
conocerse.
La desconocida
A las 4.30, Antonia se encontró con la madre de Clara, con
Clara Loríga, , una mujer humilde, muy lejos de la forma arrogante de su hija, que se deshizo en agradecimientos, y,
le contó que hacía mucho que su hija no quería saber nada de ella, ni de su
padre, a cuyo entierro ni asistió ni de sus hermanos, había roto con todos
ellos; porque le recriminaban se fuese a
vivir con un hombre casado, con hijos y mucho mayor que ella; y, no estaba por la labor, a los quince años
de estar juntos, en los que tuvo otros amantes, él enfermo de cáncer de
páncreas, entonces ella lo dejo, le dijo que volviera con su familia, no le
importaba, no se iba amargar la vida, cuidando un enfermo de cáncer, estaba
encinta, pero aborto, decidió matar al niño que llevaba en su vientre. Hace un
par de días, recibí una llamada que me dijo, lo que usted ya sabe, no sé, si
hago bien, o mal, al ir a verla, pero es mi hija
Yo, dijo Antonia, tampoco lo sé, pero sé que yo en su lugar
haría lo mismo, venga vamos a tomar un taxi, nos dejará mismo en la puerta
¿Un taxi?
Si, tranquila, hoy corre de mi cuenta
Clara estaba muy mal, apenas podía hablar, pero cuando podía
lo hacía con voz angustiosa, repitiendo sin cesar, “me muero madre, me muero,
no pueden hacer nada, y lo peor no es la muerte, lo peor es que estoy condenada”
No diga, tonterías, Clara, terció Antonia, se pondrá bien,
seguro, y de lo otro, recuerde que Dios perdona
No, a una persona como yo. Y relato como en un confesionario
lo que ya sabían.
“Hasta soy una asesina, aborte legalmente, pero ante Dios,
soy una criminal”
Sí, lo eres dijo su madre, pero a lo mejor ese ángel que no
nació, está pidiendo por ti.
No, yo sé que no tengo perdón
Sí esta arrepentida, sí, si es católica debería llamar a un
sacerdote, puede hacerlo, mejor dicho, debería hacerlo, y, le repito tiene
perdón, se lo digo yo, que soy la viuda de Alfredo su amante, y, la he
perdonado Clara.
La enferma estallo en un sollozo, usted es Antonia. ¿Podría
darme un beso?
Claro que sí, mujer, y, al abrazarla noto un ser débil, tal
vez lo hubiera sido siempre y oro en su interior para que Dios la perdonara,
luego pidió perdón por pedir a un padre perdonase a su hija.
Mañana a las diez para revista el médico, podrán hablar con
él sobre mi caso
Yo, no soy nadie, pero si su
madre quiere la acompañaré
Por supuesto que quiero y muy agradecida.
Al día siguiente
En el Hospital
Clara y Antonia llegaron
muy temprano al hospital, para hablar con los médicos que atendían a
Clara, las noticias no fueron buenas; el médico les explico lo que tenía, y que
salvo un milagro, eran pocos los días de vida que le quedaban; ellos iban a
procurar hiciese el transito sin dolor. Antonia se ofreció a Clara madre, para
velar a Clara, en sus noches y que la muerte no la acogiese a solas. Clara no quería separarse de su
hija, pero precisaba el descanso.
El problema era, como decírselo a Clara. Trataron de contarle una mentira piadosa,
pero ella conocía su estado. No tenía miedo a la muerte en sí, sino a lo que
venía después era cristiana; aunque el dios en el que le habían enseñado a
creer no lo era
Sé que Dios me condenará, por lo que hice
Dios no condena, dijo Antonia, Dios perdona es su oficio, le
encanta perdonar
¿Cómo puede usted decir eso?, yo le robe el marido, mate al
hijo que él mi amante había engendrado en mí, y cuando su esposo mi amante
enfermo, lo eche de casa, y dice que Dios me va perdonar
Si, lo digo precisamente por eso, fíjate, si yo que soy no
mala, malísima, te he perdonado el daño que me hiciste, con más razón lo hará
Quién estuvo en la cruz por ti. Sabes cada día, que venga a verte te leeré un
trocito de la Biblia; lo escogeré de las lecturas de la Misa, y luego oraremos
juntas con el Salmo; al final si te parece pediremos la ayuda a La Madre de
Dios; siempre que tú estés de acuerdo
Claro que estoy; como no iba estarlo. Así lo hicieron hasta
el día en que la propia Clara pidió un sacerdote, hoy dijo tras recibir los
sacramentos me siento recién nacida, ya no siento la muerte ni el dolor, mamá,
Antonia, no sé cómo agradecerles, todo lo que han hecho por mí; hacía ti mamá,
siento menos agradecimiento es normal lo que has hecho, porque eres mi madre,
pero usted Antonia, no tenía porque, yo le hice mucho daño. Por eso ahora me
gustaría tenerla como amiga para siempre, cuente conmigo para todo lo que
quiera
Antonia, no podía contener el llanto, claro que sí, y, usted
Clara conmigo, me alegra tener una nueva amiga
Nueva amiga
Antonia ya sentía a
Clara como a una vieja amiga; se turnaba con la madre de Clara, para
velarla, para cuidarla, cuando Clara se hallaba consciente hablaban, de todo, y
en ese todo entraba Dios, la vida nunca la muerte, pues Clara creía en la
resurrección, no en la reencarnación puesto que era cristiana, un joven
sacerdote el padre Miguel, le ayudo a reencontrarse con su papi del Cielo. A
veces su madre, o Antonia le leían trozos de la Biblia, que comentaban entre
las tres
Un día, Clara se puso peor, estaban con ella Antonia y su
madre, Clara sonrío, cerró los ojos, y, se fue, su rostro quedo luminoso como
si la luz en la que sin duda ya moraba, se transfigurase en su envoltura
mortal.
Días más tarde fue el sepelio
En la iglesia, durante el funeral, y, en el cementerio,
Antonia, no pudo evitar pensar que poco había durado su amistad con Clara, la
muerte lo había estropeado, de repente un rayo de luz asomo por medio de una
nube, y Antonia supo, y, recordó que su nueva amiga, era para siempre, porque
Clara estaba viva, le había saludado desde el Cielo
Un teólogo le hubiera dicho
“El Cielo no está arriba ni abajo, es un estado, no un
lugar, pero que sabe un teólogo, por algo Jesús llamo felices a los sencillos
La verdad era que Clara ya no sufría, era feliz y vivía para
siempre, Antonia se secó una lagrima, tomo del brazo a la madre de Clara, que
también se llamaba Clara, venga caminemos un poco, mañana puede venir a comer e
a mi casa, así se evitará aguantar a las plañideras
Clara, soltó su
brazo, agradezco lo que hizo por mí, y por mi hija, pero tengo una vida,
hasta otra
Nunca más volvió a llamarla, no se vieron más
Durante un tiempo mantuvo su número en el teléfono, pero un
día lo borro
Con quien nunca perdió la amistad fue con Clara, la amiga
que ahora vivía en el Cielo
Fin
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