jueves, 20 de febrero de 2014

Nunca debemos juzgar

Hacía pocos días que; había llegado a aquella ciudad; me habían dado la dirección de una buena peluquería; y, me dirigí a ella; fue allí, donde conocí a Elena; claro que cuando, supe quien  era, ya era tarde

Elena, era una mujer de unos 40 ó 50 años, coincidimos en la peluquería, apenas hablamos, su charla era casi toda con la peluquera, fue a la salida, cuando tuvimos una pequeña conversación, salimos casi al mismo tiempo; y, coincidimos, en la parada del autobús, mientras, esperábamos el autobús, empezó a llover.

Al comenzar la lluvia, su rostro se nublo, no tenía paraguas, y, ponía sus manos, sobre su cabeza, y, su bolso, intentando guarecerse del agua, mientras las lagrimas, brotaban de sus ojos, decía, como dirigiéndose a mi

“Que horror, Dios mío, no me puede pasar, esto, es una desgracia, la lluvia me va despeinar, sin un paraguas”

Me costo contener la risa, veía una mujer ridícula, pensaba en cuantas desgracias estarían pasando en aquel instante, en cualquier parte del mundo, y, aquella mujer, sólo le preocupaba su peinado, “su peinadito”; casi me alegraba de la lluvia, ya le daría yo problemas, pensaba

La lluvia, pese a todos sus esfuerzos la despeino; en el autobús, nos toco ir sentadas en el mismo asiento, me dijo, con los ojos empañados por las lagrimas, que se había peinado para su marido; no le importaría volver a la peluquería, pero ya era tarde, tenía que hacer la comida; lloraba de tal manera, que pensé, se había vuelto loca

Por fin, llegamos a nuestro destino; vivía, justo encima de un supermercado; donde, yo solía comprar, el embutido para mis bocadillos.

El resto del día, disfrute de mis vacaciones; y, me olvide completamente de la anécdota de la señora, a la que la lluvia, había estropeado su peinado; fue al día siguiente cuando supe su nombre, Elena

Entre en el supermercado, a comprar el jamón, para mi bocadillo, y, la cajera, y, otras personas, estaban diciendo, (algunas sin poder reprimir el llanto); “no hay derecho, pobrecita, a tipos como ese, había que colgarlos, pobre, Elena”

¿Qué será ahora de sus niños?

Pregunte de quien hablaban; de Elena, la señora que bajo, ayer del autobús contigo, me dijeron

No la conocía, coincidimos en la peluquería, no sabía quien era, tenía, obsesión con su peinado. ¿Qué le sucedió?

La mato, su marido, el hombre que, todos sabían, que la maltrataba, aunque ella aguantaba, por los niños; tenía una comida importante, y, le dio dinero, para ir a la peluquería, al llegar sin el peinado, pensó, que le había dado, el dinero a su amante, amante, que por supuesto no tenía, y, no se contento, con golpearla, la apuñalo

Dios mío, exclame, y, yo riéndome; que superficiales, somos a veces. ¿Quiénes somos nosotros, para calibrar, que es lo que puede ser peor, para el otro?

Para ella, no era una frivolidad, conservar su peinado, era cuestión de vida, o, muerte.

En su funeral, al día siguiente, le pedí perdón, y, desde entonces, cuando alguien dice, que, “Eso, es lo peor, que le podría pasar”; aunque para mi, sea una fruslería, le doy gracias a Dios, de que mis problemas, cuando son gordos, hasta lo parecen

Elena me enseño, a respetar a los otros, y, a no juzgar lo que no conozco

Fin













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