martes, 18 de febrero de 2014

Las cuatro florecillas del camino

Las cuatro florecillas del camino.
En un pequeño pueblo de la provincia de La Coruña, hay un camino: “corredoira”; suele llamarlo la gente del lugar; que baja serpenteando entre muros, en los que brotan unas florecillas silvestres, alrededor del bosque, de eucaliptos, y, de pinares, pues bien allí, en ese rincón, crecen unas flores, mejor dicho, son unos capullitos, de color rosa pálido, cuya única particularidad; es la de tener la forma, de los tocados, que llevaban las mujeres, allá por el siglo XIII

La verdad es que se trata, de cuatro jovencitas, encantadas, convertidas en flores

Esta es su historia


Corría el año 1264; la fecha es aproximada, Luisa; Lourdes, María, y Crisanta, eran cuatro jovencitas, pertenecientes a la hidalguía gallega, muy jóvenes, y, muy hermosas, las cuatro eran hermanas, su padre, era D. Braulio de Dornamonte, quien como se acostumbraba, por aquel entonces, ya había pactado sus respectivos, casamientos

Luisa casaría con un noble portugués. Don Ramiro del señorío de Souza

Lourdes con un sobrino del conde de Lemos

María con un noble castellano

Y, Crisanta, menos agraciada, entraría en un convento, para llegar, al puesto de abadesa, porque si algo tenían claro, las jovencitas, y, sus padres, era, que ellas, habían venido al mundo, para ser servidas, y, no a servir

Era por eso, que no tenían compasión, ni de sus criados, ni de los campesinos

Aquel día, era domingo, como siempre, habían escuchado Misa: en la iglesia, que se elevaba, en el lugar, donde, se halla ahora, el Pazo de Meiras; y, regresaban, en carroza; a su pazo (palacio).

Había llovido mucho, y, el suelo, estaba lleno de lodo, y, barro; la carroza, en la que iban, tropezó, con una campesina, que llevaba un haz de hierba, para el ganado; aferrado a su mano derecha, un pequeñín, de unos cuatro años; muy sucio, y, vestido con harapos en la otra mano, sostenía por una cuerda; una vaca, única riqueza, de aquella pobre mujer, y, de su familia.

El cochero, les dijo que tenían que retroceder; para dejar paso, a la mujer, el niño, y, el animal: ya que no había espacio suficiente para la carroza, y, la campesina, no escucharon razón alguna, e insistieron, en que continuase la marcha, fue entonces cuando el cochero, pensó, que tal vez no lo entendiesen, y, no se diesen cuenta del peligro que significaba continuar; así pues les dijo, que la carroza podría herir, o, matar a la mujer, y, al niño, y, aunque fuese un mal menor, a la vaca, que no era tal, puesto que era, su sustento


¿Y, qué pasa, entonces? Fue la orgullosa respuesta, de las cuatro jovencitas: no se pierde nada importante, nosotras somos señoras; y, no vamos a detenernos, para que pase una campesina; es ella, quien por respeto, debe recular; y, darnos paso

El cochero, insistió, en vano, en que lo que pretendían, ellas era imposible, sólo ellas, es decir la carroza, podía, recular; pero ellas no escuchaban, de modo, que no le quedo más remedio que ceder; la carroza estaba a punto de matar a la vaca, la mujer les hizo señales de que parasen; el cochero, lo iba hacer; pero ellas, tomaron las riendas de los caballos, y, les obligaron a seguir, la carroza mato, al pobre animal


En aquel momento, la mujer con los ojos llenos de lágrimas, miro al Cielo, y, ese mismo instante, las cuatro hidalgas, se convirtieron en cuatro florecillas pequeñas, poco vistosas que renacen cada día, en los muros del camino.


El cochero al que al ser inocente, no alcanzo la maldición, llego hasta el pazo, y, contó, que habían sido atacados por unos bandoleros, lo que sucedió en realidad, no se l o hubieran creído, tampoco lo hicieron con la historia que inventó, lo acusaron de ser un asesino, y, de haberse deshecho de los cuerpos

Consiguió huir a Portugal, donde se pierde su historia; por lo que respecta, a Luisa, María, Lourdes, y, Crisanta, siguen convertidas en flores; conservando tan sólo la forma, y, el color del tocado que llevaban.

Hasta el día, en que las liberé de su encantamiento; no importa, sea hombre, o, mujer, que ceda el paso del camino, a quien precise pasar primero, y, en el caso de llevar carga, le ayude con la misma, sin importarle mancharse, y, ponerse perdido de lodo, y, barro, y, al mismo tiempo, tome en su mano, las florecillas, olvidando el orgullo, en ese momento, las florecillas, volverán a ser cuatro mocitas.

Ha pasado mucho tiempo, y, siguen allí, señal de que nadie cedió el camino, o, si lo hizo, no tomó las cuatro flores en la mano


Fin





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