martes, 20 de agosto de 2019

El Faro

El Faro

Hacía pocos meses que Clarisa, se había tenido que mudar a un pequeño pueblo del interior de España.

Su carácter alegre, y, jovial, chocaba con aquel lugar que parecía dormir anclado en el tiempo

Sus estrechos y empedrados callejones daban una sensación de ahogo, que hacían sentir a Clarisa, la impresión de que se iban a derrumbar sobre ella.

Las gentes del pueblo eran hoscas, taciturnas, como si ocultasen un gran secreto, un secreto sobre el cual pesasen no los años, los siglos, todo era sombrío en aquel lugar, salvo la vieja ermita, pero esta,  salvo los domingos que el cura venia decir Misa, a la que asistían solo 4 mujeres enlutadas y unos pocos chiquillos, estaba cerrada

Ella se dijo, a si misma, que todo era producto de su mente, debería de procurar encontrar amigos, su trabajo lo realizaba desde su casa, por medio de Internet, así que no le quedaba otra, que buscar  sitios donde conocer gente a fin a ella, imposible.

Se dedicó a ir al único cine que tenían, y, que abría todos los días, trato de entablar conversaciones en el café, en la tienda, pero todo eran monosílabos.

Un día, en su casa, que daba como todas a un oscuro callejón, le pareció que la luz de la farola, el faro le llamaban en el pueblo que alumbraba, bueno decir alumbrar es mucho, la calle, se apagaba por momentos, y, que se escuchaban gritos. Se asomó pero no vio nada, el farol, es decir la farola, seguía alumbrando igual, y, no había nadie. Se dijo a si misma que aquello era fruto de su desbocada imaginación, y, después de cenar, leer, ver un poco la tv. Se fue a la cama

Pero el hecho se repitió al otro día, y, al otro.

Su mente abierta le dijo, que era posible, que algo hubiese sucedido en el pasado, y, se propuso investigarlo

Y, como ya había previsto, le dieron con todas las puertas en las narices, una extranjera, metiendo las narices en la historia del pueblo

Un día, pregunto por un templo cristiano de culto  a católico,  poco falto para que la apedrearan, no entendía el por qué. Pero no era mujer que se amilanase

Y, decidió llamar a Juan su  ex pareja. Era historiador doctorado en historia medieval, y, acepto ayudarle

Y, así, Clarisa se enteró de que en La España de Felipe II, donde la quema de “herejes” era el deporte del buen rey, una mujer luterana, había conseguido refugiarse en aquel pueblo, donde ella vivía ahora, se había escondido allí con sus dos criaturas, y, otra que llevaba en su vientre, pero un día un grupo de vecinos que venía de Misa, la descubrió, y, decidieron llevarla ante el Tribunal de La Inquisición,  primero le arrancaron los hijos de las manos, desoyendo sus gritos, luego olvidando su estado, o, mejor recordándolo, la golpearon hasta hacerla abortar, pues el Tribunal no infringía torturas a las embarazadas, hasta que parían, los golpes no sólo causaron la muerte del inocente no nacido, sino los de la pobre mujer luterana.

Cuyo cadáver, fue encontrado al día siguiente, los autores no negaron los hechos, pues torpemente pensaban ser recompensados, pero fueron condenados a muerte. Ellos no eran quién, para condenar ni matar a nadie. El pueblo entero, saco a los asesinos de la mazmorra y, se mantuvieron ocultos en los sótanos de las casas,  hasta que el hecho se olvidó, y, el pueblo se mantuvo siempre como un pueblo fiel, al rey, y, a la Iglesia.

Pero la joven madre luterana asesinada, antes de morir había dicho, que perdonaba a sus verdugos, pero  le pediría a Dios que su crimen fuese sabido por todo el mundo

Y, por eso, el tiempo, había devuelto sus lamentos, y Clarisa los había escuchado, ahora ya todo el mundo sabía la verdad, aunque el pueblo siguiese llevando el peso de su viejo crimen encima

Clarisa conto el hecho histórico en las redes sociales, y, en la prensa, aunque muchos no lo entendieron

Hubo una mujer que sí, por eso, aquella noche, el farol, es decir la farola ya no tembló, ni quiso apagarse ni se oyeron más ruidos que los ladridos de los perros, y, el canto de los pájaros.

Fin

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