Los panes de la tienda de la esquina.
Cuando echo la vista atrás me veo de nuevo con mis dos trenzas, mi vestido corto mis zapatitos con hebillas, mirando las monedas, en mi pequeña mano, moneda de dos reales con su agujero en el medio, la de 10 céntimos de peseta, que los mayores llamaban, patacón, y la de cinco céntimos que llamaban, “perra chica”
Yo bajaba las escaleras saltando de dos en dos. El portal entonces estaba abierto, doblaba la pequeña calle, y entraba en la tienda de la esquina. Ahora hay un restaurante. Entonces había lo que hoy llamaríamos un despacho de pan.
Había que bajar un pequeño paso
Un mostrador de madera, una mujer que yo veía mayor, pero no lo era. Bueno para mí, sí.
Y, el olor y el bendito aroma del pan.
Me acercaba al mostrador
Buenos días. Quiero pan, por favor
La mujer sonreía, por el dinero que llevaba sabía lo que me tenía que dar
Barras, un bollo, una rosca.
Me lo ponía en la bolsa de mimbre que llevaba, y si no en un cartucho de papel.
El plástico no existía. Si estaba caliente el pan. Me decía que no le sacase un pedazo que era malo.
Nunca lo obedecí
Pero lo maravilloso era cuando la señora cuyo nombre no recuerdo, me daba un pan especial, envuelto, con un olor, cómo se describe el olor, a dulce, a pan, a tierra. Estaba envuelto en papel de servilleta, un papel muy fino.
Era un bollito una barrita muy pequeña.
Y, era exclusivo para mí. A veces mi viejita incluía en el dinero que me daba lo que valía el bollito bombón ese era su nombre
Otras me lo compraba mi madre
Y no faltaban las veces en que la buena mujer me lo daba.
Para mí era un tesoro
Después lo comería con mantequilla y azúcar
Con crema de membrillo
Con chocolate
Daba las gracias. Me despedía, volvía a casa
En mi memoria quedó el olor, el aroma y el recuerdo de los panes de la tienda de la esquina.
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