jueves, 2 de marzo de 2017

Aarón



Aarón cuento

Aarón el niño hebreo


De la vieja casa de adobe, en la ciudad de Gossen; salían los llantos de una mujer, el canto de una muchacha, y las risas de un niño, de un niño llamado Aarón, un pequeño de cinco años, hijo de esclavos hebreos
El pequeño, juega va y viene, no entiende que pasa, su mente infantil no puede comprender el mundo de los mayores, qué habrá sido del hermanito, que llego a casa, hace un tiempo, tres meses cree haber oído, lo que si recuerda es al hermanito, un llorón, que ahora ha desaparecido, no está su madre, y su hermana, le dicen que lo soñó, que  nunca hubo más niño que él, pero él sabe que no lo soñó, hubo un niño, con el que habría jugado
Por las noches, reza con sus padres al Dios de Abraham, pero también a Osiris, a Ram, a Isis, a los dioses egipcios, al fin y al cabo son dioses poderosos; ahí están los niños egipcios que son libres; que tienen todo lo que desean, que no ven a un hermanito, que de pronto desaparece; como su hermanito, como los demás niños hebreos
A lo mejor, dice su mamá Jacobed, “que los dioses con más poder son los egipcios, y sin dejar a su propio Dios a “El”, al Dios de Abraham, no está mal rezar a los otros; por eso Aarón les reza, aunque se le escapo, decirle, a “El”, “que es su Dios preferido, que por favor haga que vuelva su hermanito, y que dejen de ser esclavos.
Su madre deja escapar una lágrima, sabe que ningún dios traerá a  su pequeño depositado en un cesto en el río, si no lo recogió nadie, habrá sido pasto de las fieras, de los cocodrilos; pero no podía haber hecho otras coas, los hubieran matado a todos;  lo mejor que le podía pasar que alguien lo encontrase, y lo escogiera para esclavo eunuco
Sí, lo mejor para su hijo pequeño, era ser un esclavo castrado,  por lo menos estaría vivo,  eso era lo mejor, la otra perspectiva era la muerte, y el pequeño Aarón pidiendo un milagro, bendita la inocencia de los niños, que le importaría al dios de Abraham, aquel grupo de esclavos

Mamá cuida un niño
Un día, Aarón, escucho el llanto de un niño, fue corriendo y vio a un pequeñín metido en su cunita
¿Es? Pregunto, clavando los ojos en él
No, dijo su mamá, es hijo de la princesa,  Akena Tai Anai, la hija del faraón, me ha encargado que lo críe
Pues yo creo que es mi hermanito
Pues, no, no es tu hermanito, ya te hemos dicho que no tuviste ningún hermanito, y cuidado con las tonterías que hablas en la calle. Se calló, sabía que  era su hermanito; pero haría lo que decía su mamá.
Así se fue acostumbrando a ver al pequeño, al que llamaban Moisés, nombre que le había puesto la princesa, Akena Tai Anai, su supuesta mamá, aunque él sabía que no lo era, su mamá era la que lo tenía en brazos,  lo amamantaba, es decir Jacobed, a los pocos meses vio, como empezaba a hablar, a llamar mamá a su mamá, le vio dar sus primeros pasitos. Le encantaba llevarlo de la mano, soltarlo hacerle rabiar un ratito; cuando lo soltaba, y fingía irse, el pequeñín, se veía caer y lloraba como un descosido, entonces Aarón, le sujetaba por la espalda, lo alzaba o intentaba alzarlo, en alto, y caían los dos por el suelo, riéndose a carcajadas, mientras que mamá los reprendía, conteniéndose la risa

Hermano encontrado


Por fin llego el día de su décimo cumpleaños, su madre le hizo un manto precioso, y una gran fiesta, todo lo grande que puede ser la fiesta en casa de unos pobres, pobres y esclavos
Moisés era uno de los invitados, Jacobed los junto y le dijo a Aarón, “Moisés es tu hermano”; el hermano que hubimos de poner en un cesto en el río; pero ahora es hijo de la princesa; quién sabe porque Dios, o los dioses lo han querido así; si es que existen, yo creo que sí, pero que es Uno solo; tú debes tratar a Moisés como a tu hermano, porque es tu hermano; tu carne y tu sangre, sois mis hijos; pero recuerda que un día tendrás que postrarte ante él, pues será tu Señor, no lo olvides ahora, ni entonces olvides que es tu hermano
Lo mismo te digo a ti Moisés, cuando te sientes  en el trono del Halcón sagrado, no olvides quien es tu hermano, y quien es tu madre, quien te parió, y, ahora a jugar, ya se Moisés que no me has entendido, sólo espero se te graben en la memoria mis palabras.
Los dos niños salieron corriendo a jugar con sus amigos. Los años fueron pasando; y llego el décimo cuarto cumpleaños de Moisés, día en el que abandono el que había sido su hogar, para trasladarse a vivir al palacio del faraón, para siempre
Venía a ver a su familia,  pero ya no era el mismo, él quería serlo;  pero todo era distinto, hasta sus ropas, llevaba una túnica bordada en oro, y, bastón de marfil
Llegaba en silla de manos, llevado por criados, y su hermano y su madre, le llamaban, “Señor”; aunque al quedar solos todo volvía a ser como antes, y, él volvía a ser Moisés
Pero poco a poco, se fue alejando de los suyos, se convenció a sí mismo de que era un príncipe egipcio; y, Aarón fue viendo a su hermano como un miembro del pueblo opresor

Vaya lío

Pasaron los años, y un día Aarón dejo de ver a su hermano; y, comenzó a escuchar cosas que no entendía, se decía que Moisés el príncipe egipcio, había sido declarado prófugo, que habían puesto precio a su cabeza, que se hallaba huido, había dado muerte a un egipcio, y se había declarado hebreo
¿Estará loco, se dijo Aarón, a qué viene ahora esa locura?; Nos  van echar la culpa, debió esperar a ser faraón para ayudarnos; aunque es posible que nunca llegase a serlo, por su condición de tartamudo, pero si podría haber influido, ya que siempre sería un príncipe egipcio, ahora es un prófugo, nos ha metido en un buen lío, si vaya lío en que nos ha metido mi hermanito

Ante el faraón

Había pasado mucho tiempo; ya todos daban al príncipe  Moisés por muerto; bueno ya nadie le llamaba príncipe si no el traidor
Aarón había tomado esposa Elizabeth, ya tenía varios hijos, no esperaba volver a ver a su hermano
Y de pronto un día, vio venir por el camino una mujer desconocida, con dos pequeños, seguidos de un hombre al que en un principio no reconoció, hasta que lo tuvo delante de sus ojos, no se lo podía creer, era el príncipe Moisés, era su hermano, un hermano loco, trastornado, que pretendía que lo acompañase a ver al faraón, para que este dejase libre a su pueblo, a los judíos, Aarón sería quien hablase
Según Moisés, Dios estaría con ellos pues la idea era suya
Dios, qué dios, dijo Aarón
Yahvé, “El que es” respondió,  Moisés
Qué es qué
Eso, “Es Él que es” así me lo revelo
“Yo soy, Él que soy”
Bien hermanito, todo el mundo es algo, ya sabes, “yo soy tu hermano”; así que ese dios será algo, no me llega el “Yo Soy”
Ha de llegarte Aarón, porque sólo “Él es”
Cedió Aarón y los dos se vieron frente al faraón, que  no podía contener la risa, Moisés hizo algunos prodigios y los sacerdotes egipcios también, pero no consiguieron nada, al contrario, el faraón aumento el trabajo, pero de pronto en el pueblo egipcio empezaron a suceder fenómenos extraños, aguas que se volvían sangre, mosquitos, langostas que lo devoraban todo, tinieblas, hasta que un día

Cena especial

Los pastores acostumbraban a comer un cordero o cabrito una vez al año, por a ello a Aarón que era pastor, no le sorprendió la idea de su hermano, sí  la forma en que debía hacerse
El animal habría de ser sin defecto, macho de un año, habría de ser sacrificado el 14 de Nisan, al atardecer, lo matarían con su sangre pintarían las jambas de las puertas, y lo comerían asado entre dos palos, lo que sobrase lo quemarían, lo acompañarían de panes sin fermentar, durante la comida estarían de pie, con los bastones en la mano
Esa noche los hijos de los egipcios, sus primogénitos serían heridos de muerte
Siendo sinceros hubo muertes en los dos pueblos, pero Moisés dejo bien claro a su hermano, y este al pueblo que nada tenían que ver unas muertes con otras, nada pudieron los dioses egipcios, ni Amon, ni Ra, ni Anubis, ninguno para detener la muerte, desde el faraón a su esclavo todos  lloraron la muerte de su primer hijo, en algunos del único hijo, el faraón empezó a verlos como una plaga, ya no sólo les permitía irse, se lo ordenaba

                                            El Gran Pecado                    
Se vieron cercados, perseguidos por el ejército del faraón, sin salida, el mar Rojo frente a ellos, y de pronto cruzaron el mar como si fuese un río en estiaje. Siguieron avanzando, vieron la montaña del Sinaí centelleante, y a Moisés, hablar por medio de Aarón de diez normas que deberían cumplir, muchas no les eran extrañas estaban en el Libro de los muertos, que los egipcios les obligaban a aprender, otras las de adorar sólo al Dios que los había sacado de Egipto, eran nuevas, prometieron cumplirlo todo, y Moisés volvió a la montaña, tardaba Moisés, y se impacientaron, necesitaban un dios, una imagen que se lo recordará, a la que invocar, y a la que amenazar, dieron sus joyas, a Aarón,  y Aarón cedió, les hizo el ídolo, el becerro de oro, su dios, porque todo pueblo, todo hombre precisa un dios, incluso el que dice que no cree en él, y si no lo tiene lo fábrica, luego dice que no cree en Dios, porque le da vergüenza mostrar el suyo; todo hombre precisa un dios, y si es uno manejable que este donde lo pongan que no incordie, mejor que mejor
Moisés bajo indignado, castigo cruelmente al pueblo, riño a su hermano, qué iba hacer, amaba a su hermano mayor, oro a Dios, al verdadero Dios no al ídolo, y Dios no el ídolo, les dio su perdón a todos, porque era su pueblo, sus hijos, sus criaturas
El perdón

Dios perdono al pueblo, perdono a Moisés, porque desconfío de su misericordia de que diese de nuevo agua al pueblo que no la merecía, como si Dios, fuese esperar que mereciésemos algo, Moisés cumplió con su hermano su misión de llevar el pueblo a una tierra nueva, en la que no llegarían a entrar
Tierra nueva
Un día Aarón y Moisés, vieron la Nueva Tierra; no entraron en ella, no les importó, les aguardaba Una Tierra mejor”
Fin



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