viernes, 21 de diciembre de 2012

El Lábaro y la cruz


El Lábaro y la cruz
El protagonista  de nuestra historia; es un joven oficial romano; de nombre, Cicerón, como el  viejo político. Sirve como; decurión,  a su emperador, Calígula
 Sí, se le preguntase a sus amigos; por él, hablarían; de la nobleza de su alma, de su fidelidad a los amigos, de su orgullo por ser romano.
  Sí, sobre todo de su orgullo de ser romano; para él; lo mejor del mundo; por eso no entendía, como  los demás pueblos, podían oponerse a la conquista de Roma; cuando, lo que deberían ansiar, con todas sus fuerzas es  ser parte del Imperio; nada era para él, mayor causa de orgullo, que ir al frente de sus diez hombres; portando el  lábaro, ó, estandarte romano  

Cierto era;  no lo negaba, que Caligula, no pasaba de ser un demente, pero es que Roma, era mucho más que el emperador. Este al fin; y, al cabo un día sería sustituido por otro, pero Roma, su amada Roma, eran sus leyes, unas leyes que habían salvado al mundo de la barbarie, cierto que tal vez hubiese algunas cosas; que precisasen reforma.

Pero nada en comparación con otros pueblos, Roma era su cultura, si, es cierto, la habían tomado, casi en su totalidad de los griegos, pero la tomaron precisamente porque amaban la cultura, y, gracias a ella a Roma se había salvado.
 Roma era la tolerancia, la libertad, allí se respetaban todas las creencias. Así, se había ido agrandando el panteón romano.
 A Roma no le importaba, que al lado, de Júpiter se colocase a Horus.
Sólo una cosa había impedido Roma; había puesto fin a la barbarie de los sacrificios humanos.
 Pero fuera de eso. Toda religión era aceptada por “La Señora del mundo”.
Todos hasta los judíos, aunque estos eran una gente muy rara, para empezar eran (pensaba Cicerón) unos soberbios, que creían que, sólo su dios era Dios; y que siempre se habían negado a aceptar, los dioses de los demás; y, llegaba a tanto la tolerancia de Roma, que en el propio territorio de los judíos; se abstuvo de colocar ningún numèn(imagen de un ídolo).

Mas lo que, Roma no podía consentir, y, a los que Cicerón llevado de su celo patrio; odiaba a muerte, era a los cristianos.
 Eran estos una secta judía, aunque había también muchos romanos, y, griegos, por supuesto siempre de lo peor, que se le habían pegado, lo terrible era que, también las clases altas empezaban a dejarse arrastrar por esa secta.

 A la que el emperador quería perseguir a muerte. Y, por esta vez, Cicerón estaba de acuerdo con su emperador.

¿Mas;  por que, sentía Cicerón, y, sentía Roma aquella aversión, hacia aquel puñado de hombres y mujeres, por que no tolerarlos como había hecho, incluso con el judaísmo?
Pues la razón sencilla.. Aquellos “desgraciados” porque así les llamaba Cicerón.
 Eran la vergüenza de la humanidad. Para empezar lo mismo que “sus padres” los judíos decían que; no había más que un dios. Y, los demás no eran nada.

Pero había más, ellos adoraban a un hombre, a un hombre muerto por supuesto, aunque ellos decían que, estaba vivo; porque había resucitado, y, ahora estaba a la derecha de ese dios único, que por lo visto era su Padre.

Y eso no era lo peor, aquella gentuza, tenía como emblema de orgullo “La Cruz”; si la cruz, sólo de pensarlo, le daba vértigo al joven oficial, la cruz.

Instrumento para ajusticiar, la escoria de la humanidad. Jamás un romano sería ajusticiado en ella. Y, para aquellos era lo mejor, hasta se alegraban,si los condenaban a morir crucificados.

Y, todo ello, porque aquel judío al que adoraban había muerto crucificado.

Crucificado; y, ellos sosteniendo que era un dios.

¿Pero cómo podría, haber gente tan necia, como iba un dios a morir crucificado?
Un dios, como mucho moriría luchando en una batalla; como murió Hércules, pero crucificado, jamás.
Después tenían una serie de costumbres raras, para empezar consideraban a todo el mundo igual, también a los que no eran personas; como los esclavos.

Decían que, había que amar a todo el mundo. Pero Cicerón sabía; o creía saber que eso no era cierto, que a pura fuerza tenían, que odiar al emperador, y, odiar lo a él.
 Y, que desde luego si pudieran sacarlo del medio lo harían.

Por lo de pronto, él sí se encargaría de ellos.
Esto era a grandes líneas; lo que pensaba Cicerón, del cristianismo; y, los motivos que le llevaban a combatirlo con todas sus fuerzas.
Un día Cicerón, recibió la orden para el gratísima, de hacer una redada en una “catacumba”( cementerio en donde se reunían, los miembros de la susodicha secta)

. Nuestro, vamos a llamarlo amigo, había recibido la contraseña de labios de un cristiano, que no había tenido ganas de ir a conocer el reino de los cielos, es decir de un pobre apóstata, de un cobarde. Que como Judas, había traicionado a su Señor.

Al llegar al lugar, se sorprendió, de la cantidad de gentes de todas las clases, que iban llegando, había jóvenes, viejos, mujeres, niños. Libertos, esclavos.
Soldados a su cargo; a los que vergüenza debería darles.
Dentro del recinto,
se quedó, en un rincón, para no ser descubierto antes de tiempo, de pronto un hombre se puso de pie al frene de todos. Y, alzando sus manos al cielo dijo:
“Hermanos. Se avecinan tiempos difíciles, y, hemos de estar preparados. El Señor vive con nosotros, su Espíritu nos dará la fuerza necesaria, hemos de resistir firmes en la oración, y, ahora hermanos, quiero pediros que, nos unamos en oración por nuestro hermano el emperador, para que Dios le de, largos años de vida, y, le concede llegar a conocerlo.

Oremos también, por todos aquellos que, llevados por su ignorancia nos persiguen, que el Señor no se lo tenga en cuenta, pues no saben lo que hacen.”

Y, todos bajaron la cabeza para orar.
“Ahora, prosiguió( el hombre); vamos a proceder a leer unos escritos, de la Escritura, hoy, leeremos al profeta Samuel. Y, después vamos a leer también; y, a comentar los escritos que nuestros hermanos Mateo, y, Pedro, quien nos preside; en el Nombre del Señor, nos han enviado....”

A Cicerón el tiempo se le hacía eterno. Después de varias cosas, que no entendía, llegó el momento en el que, se invitó a los que aún no hubieran sido bautizados, a salir fuera.
¿Bautizados?

Él no sabía que era eso. Un cristiano que estaba a su lado, le preguntó
¿Hermano ya has sido lavado?, a Cicerón, le pareció una pregunta estúpida, y, contestó como tal.

Claro que he sido lavado, mis esclavos se han encargado ,de prepararme el baño esta mañana
“hermano, todos somos esclavos del Señor”
Al verse descubierto, Cicerón dio el alto, y, mandó a los soldados a sus órdenes que estaban en la catacumba, que sacasen la espada, y, procedieron a detener a aquellos rebeldes; los cuales no lo habían convencido, con sus bonitas palabras.

 Quien sabe lo que encerrarían.
Pero  los soldados, se negaron a obedecer; pretextando que tenían un Amo mayor ,que César, al que debían obediencia.
 Entonces, decidió hacerlo él solo. Se presentó, como enviado de Calígula. Y, desde el más pequeño, al más grande todos empezaron a temblar, y. a rezar pidiendo fuerzas, á, Dios, para no traicionarlo.
Mientras iban saliendo de la cueva, tuvo Cicerón, la mala fortuna de tropezar, y caer, golpeándose la cabeza contra una de las piedras. Quedando sin sentido.
Cinco días más tarde, despertó en un lugar desconocido
 Una matrona romana. Se acercó, hasta su cama. Para llevarle, una taza de caldo. Y, de paso. Preguntarle, qué tal se encontraba. “Has dormido cuatro días seguidos, pero demos gracias a Dios, y, a su Hijo Jesús, ya estás curado”.
- ¿A quién dices mujer? Si tengo que dar gracias será a los dioses.
“No creas. Ninguno de tus dioses. Que no pasan de ser arcilla o metal, vino aquí a interesarse, por tu salud.
Fue, El Creador, quien permitió que, te aten diésemos nosotros, y, no cayeses en manos de unos bandidos.
- ¿Vosotros?   Que a buen seguro, os habréis aprovechado de mi.
“Pues claro,  que nos  hemos aprovechado, es  lo normal. Ninguno de nosotros conoció al Maestro personalmente.

 Y, nos hubiera gustado tanto. Curarle las heridas que recibió en la cruz. Y, gracias a ti hemos podido hacerlo, porque Él nos dijo. Que lo que le, hiciéramos, a cualquier hombre se lo hacíamos a Él”
.- Ya, seguro que, habréis robado mis cosas. Los documentos que. me acreditan como delegado y. decurión del emperador.
 Con la única intención de que, no pueda, llevaros detenidos por vuestros crímenes contra el Estado.
“Mira tu mismo ( y le alargó, las mismas cosas que el joven romano;  decía le habrían robado) ¿Cómo ves no falta nada?
.- pues no lo entiendo. Yo en vuestro lugar.....
“Tú en nuestro lugar, hubieses hecho lo mismo. Jamás entregarías a un hermano”
.- Pero no soy vuestro hermano. Me hice pasar; por uno de los vuestros,  para deteneros.
Pensé que todo lo que oí allí, no eran más que consignas, pudisteis matarme, y, no lo hicisteis.
Es más, ni siquiera os contentaste, con llamar a quien pudiese atenderme. Lo hicisteis personalmente,
 ¿Por  qué?
“Porque, Él vive”
.- ¿Y,  yo podría conocerlo?
“Claro que si”
Y, la matrona, empezó a contar al joven decurión, la historia del Amor de Dios a los hombres.
 La semilla de la verdad, prendió en su noble. Y, joven corazón. Y, meses más tarde.
Las aguas del bautismo hacían nacer a un decurión nuevo. Quien aunque para el ejército por prudencia, seguiría llamándose “Cicerón” llevaría en su nueva familia;  la Iglesia el Nombre de Juan, el discípulo amado del Señor.
Ahora,   sabía,  que debía poner el Lábaro al lado de la Cruz.Pero si era el Lábaro, el que intentaba imponerse a la Cruz.
No debía permitirlo. Aunque le costase la vida; ó mejor dicho aunque ganase la Vida. Ahora tenía un nuevo, Rey. Jesús.

Fin

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