martes, 21 de marzo de 2023

El organillero


  El organillero. 

Ramón se había quedado viudo muy joven, con dos niños pequeños para colmo la pequeña casa o más bien choza en que vivían había sido destruída por un incendio.
No tenía tierras para trabajar, y con dos pequeños uno niño de meses  y una niña que apenas empezaba a andar, no podía tomar  trabajos que implicasen dejarlos solos

Más de una vez, le habían sugerido, que los llévese a la inclusa, o incluso que los vendiese, pero como buen padre; se había negado

Así que un día limpió su viejo organillo que guardaba en la cuadra donde estaba su asnito, su burrito. Meloncio, le añadió una especie de tienda de campaña y se fue por los pueblos a tocar el organillo, y cantar, con lo que la gente le daba por su música, vivían él y sus hijos

Cuando los niños fueron más grandes, les enseño a leer a escribir, y sobre todo el catecismo, pues Ramón era un buen cristiano

Pasaron los años, su hija que ya tenía 15 años y se llamaba Irene como su difunta madre, acompañaba la actuación de su padre tocando el organillo, cantando o tocando un pequeño laúd, por su parte el chico Manuel hacía lo mismo, solo que él tocaba una flauta

Todos los pueblos querían a aquella familia de músicos ambulantes, porque su música parecía del cielo. 

Cierto día, llego un envíado del señor feudal de aquel pueblo, que por cierto era muy buena persona, y lo mandó acudir a su palacio.

Ramón fue, y el Conde le dijo que le encantaba su música, como cantaban sus hijos, la propuesta era, subirlos de rango social, que actuasen  en palacio, en el castillo; y de vez en cuando en los grandes teatros del condado.

Ramón se paró un momento, miró al conde, y preguntó. Sin bajar la cabeza, porque el conde, era solo un conde, no Jesús

“Señor conde”. Permitidme solo una pregunta. ¿Tendríamos que dejar el organillo, y el burrito?.  ¿Cantar y tocar la música que se nos dijera?

El conde, se rascó la barbilla, y respondió
Así es. Ramón, ni el burro ni el organillo, pueden estar en un teatro ni en el castillo. 

Pues entonces. Respondío Ramón, yo no acepto, el organillo y el burrito Meloncio fueron y son no solo mis medios de vida, sino mis compañeros, y no los voy a tirar ahora, porque eso no se hace a los amigos, y mis hijos y yo, tocamos la música que nos sale del alma, y lo mismo las canciones, no las que nos quieran mandar, así que respetando a su excelencia, le digo que no.

El Conde se levanto lo abrazó y le dijo que era un gran hombre, y que le tenía reservada una sorpresa.

Volvió Ramón a su casa, y, al cabo de pocos días, llegó el oficial que había venido a buscarlo la primera vez, para volver a llevarlo junto al Conde

Cuando estuvo de nuevo frente a éste el conde se acercó y lo invitó  a seguirlo, fueron caminando hasta un jardín cubierto, donde había una pesebrera, aquí será si quieres donde actúeis cuando estés en el pueblo, y tocaras, y tus hijos cantarán la música que quieras, hay lugar para el organillo, y pesebrera para que coma Meloncio. Ahora dime que aceptas

Acepto excelencia, dijo Ramón

Y Ramón siguió por los pueblos, pero cuando estaba en el pueblo en la villa del Conde, actúaba en aquel teatro especial

Sucedio que como Irene era muy  bella de alma, alma que brotaba de ella al cantar, el conde que era joven se enamoró de ella, y le pidió permiso a Ramón para declararse; Ramón se lo dió. Irene también se había enamorado del conde se casaron

Ya no iban por los pueblos, pero la condesita bajaba a las cuadras acariciar a Meloncio, y a cantar

Ramón se levantó una mañana y fue hablar con su yerno

Mira Eugenio, le dijo mi hija es ahora la condesa, mi hijo se casó con una marquesita amiga tuya, y es además capitán de tus tropas

Pero yo no puedo privar a los pobres de la alegría de la música, así que mi querido yerno, Meloncio, el organillo y yo nos vamos a seguir trabajando, y cuando estemos aquí, pues actuaremos en tu teatro

Eugenio, es decir el conde intentó disuadirlo, pero fue inútil

Ramón siguió con su vida itinerante de organillero, hasta cuando ya era muy viejo, Meloncio se fue un día, al cielo de los burritos, y, Ramón adquirió otro al que llamó, Sandía, pues era una jovencita

Las gentes cuando le oían contar que tenía relaciones con la nobleza condal se reían, y lo tomaban por loco

Cierta mañana lo encontraron muerto, se preparó el entierro. Y fue entonces cuando todos se sorprendieron al ver, llegar en un carruaje a los condes y al marqués. 
Estos se bajaron de las carrozas y la señora Condesa y el señor marqués lloraban desconsolados, porque había muerto su padre.
Entendiendo su voluntad lo sepultaron donde estaba sepultada su esposa, la condesa quiso quedarse con Sandía la asnita, y con el organillo, pero su esposo el conde le hizo ver que eso era egoísmo. Mejor los regalaban a otro hombre que fuese pobre pero amase la música, y mejor aún mandarían hacer varios organillos

Y así de pronto por todos los pueblos y hasta hace relativamente poco, había burritos tirando por organillos que con su música alegraban a los humildes, los otros a veces van a los grandes teatros a oír conciertos no, a lucir palmito.

Fin

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