miércoles, 3 de abril de 2013

El samaritano



Su nombre era Felipe. Su padre, había elegido para él, un nombre griego

Felipe. Era un hombre bueno, honrado trabajador, que madrugaba todos los días;  para  ordeñar, sus vacas, y, luego llevarlas a  pastar al monte, después iba por las aldeas de Samaria, a vender la leche

A veces, por cuestión de los impuestos, tenía  que; bajar a Jerusalén, procuraba hacerlo por las calles menos transitadas, para no encontrarse con ningún judío.

Felipe, no odiaba, a los judíos, a decir verdad  no odiaba a nadie; y, no entendía, porque  hasta las madres  judías, mandaban a sus niños pequeños, que escupiesen al suelo, cuando viesen un samaritano, en señal de odio, y, desprecio. No lo entendía

¿Por qué, la gente se empeñaría, en odiarse?  En realidad,  judíos y samaritanos;  eran un mismo pueblo,  lo había sido  en tiempos de Salomón; luego  vino la división del  reino, 
En dos; Judá al  Norte, e, Israel, que ahora se llamaba, Samaría, al Sur; pero eran el mismo pueblo, ambos esperaban al Mesías,  había si, alguna diferencia, pero todos, procedían de Abraham, y, de Jacob;  así pues, el odio, era odio, entre hermanos.

Es cierto que cuando la deportación de Babilonia;  en Israel habían quedado, unos pocos, que  a decir del  rey de Babilonia; no valían para nada; y, se  aprovecho para repoblar el país, con  gentiles, adoradores de ídolos.

Felipe, sabía que sus antepasados,  olvidándose de lo que se les había  ordenado, tomaron mujeres, y, maridos  gentiles;  a Felipe, esto no le incomodaba,  se decía, gracias a eso,  “yo, he nacido”; y, yo, adoro, al Dios de Abraham”

Lo cierto, es que la fe pura de los israelitas, se había  mezclado con las impurezas de la idolatría; que  trataron de conjugarlo todo,  hasta hicieron un templo, a Yahvé, en el monte Gorazaín; no es que, despreciaran el de Jerusalén,  lo hicieron porque  sus hermanos de Judá,  no les dejaban ir al suyo, pero los judíos, pensaban que Dios, era propiedad suya, así, que un tal Hircano, les destruyo, su Templo,  pero ellos siguieron dando culto a Dios, en el monte  Gorazaín, ahora sin  Templo.

¿Cómo, es posible, que haya personas, que se crean los dueños de Dios, que piensen que  sólo ellos pueden adorar a Dios; y, que sólo  es válido, el modo de ellos?


Los samaritanos eran despreciados, insultados por los judíos. La violación de una mujer era una falta grave, pero si era samaritana era menor. Los gentiles a los que llamaban perros. Eran más dignos que un samaritano.
Eso era lo que había, y lo que Felipe sabía.

Había salido temprano, y, ya, llevaba un buen trecho de camino andado, cuando vio un hombre tirado en el suelo, prácticamente desnudo, apuñalado y golpeado; el  turbante caído a su lado; indicaba que era un judío; es decir un enemigo.

Se trataba de  Simón un comerciante en telas de púrpura;  que aquella mañana había hecho en Jericó una importante venta.

Por imprudencia, había mostrado en una taberna sus ganancias;  y,  alguien había avisado, a unos bandoleros que, cayeron sobre el infortunado; moliéndolo a palos; cosiéndolo a cuchilladas, y, sacándole todo lo que llevaba, incluso la bota con el vino. Simón quedo malherido, tendido en el suelo, esperando que alguien le echase una mano

El primero que paso, fue Moisés el levita;  hombre piadoso; camino del Templo, donde iba a participar, en los sacrificios; iba recitando; los Salmos, vio a Simón, y, vio que era un judío, es decir un hermano, pero opto por seguir adelante, era sábado, el  sábado no se puede trabajar; no iba llegar tarde, al culto.; por culpa de un hombre; que judío si, pero sabe Dios;  Porque estaría así; estaba muy claro en La Escritura: que el Altísimo,  protegía a los justos;  sí,  aquel sujeto había terminado así.; sería que sus pecados. lo merecían; así que su deber, no era pararse, si no,  ir a lo suyo, a lo que iba, a dar  culto a Dios.

Moisés se dijo a sí mismo, que él no quebrantaría el sábado, por nadie, como hacía; aquel “carpintero de Nazaret” ¡gentuza! pero un día,  Yahvé el eterno haría justicia.;  él Moisés sería premiado;  pensando en lo maravilloso, que era siguió su camino, y, Simón siguió tendido en el suelo muriéndose

Después pasó Jacob, el Escriba, y, pensó, e hizo prácticamente lo mismo que; Moisés. A continuación fue Manases, el sacerdote, este incluso se tapo, con su manto, para que el pecado, que aquel hombre tendido en el suelo, hubiese cometido no lo manchase.

Por último, llego Felipe. Al principio tuvo ganas de seguir adelante., no porque fuese sábado, eso a Felipe,  no le importaba.

 El trabajaba todos los días, y, descansaba cuando se acababa su trabajo. Pero no podía detenerse para  ayudar al herido, siendo un judío,  no podía permitírselo; ni siquiera por rencor; si no por miedo, si cuando lo estaba ayudando, llegaba otro judío lo acusarían a él a; Felipe del destino de aquel infeliz.

Se, dijo, que esa, era,  una actitud propia de un cobarde, de un ser mezquino;  había un ser humano,  que precisaba, ayuda;  el podía dársela;  que importaba quien fuera: ó, de donde fuera., era un hombre, y, eso era suficiente., así que lo primero que hizo; siguiendo una costumbre de su pueblo; pueblo lavarle las heridas con el vino y el aceite que llevaba; rompió su propia túnica hizo con ella unas vendas, lo subió como pudo a su burro. Y. se fue con él a la posada.  Eligió, una posada frecuentada por gentiles,  allí, pidió lo atendiese el médico, que conociesen adelanto, 2 días del,  el jornal de un obrero;  y, dijo volvería a pagarlo todo.

Cada noche, vino a ver como estaba su herido. Y. a pagar los gastos que éste ocasionaba en la posada

Cuando Simón estuvo bien. Quiso saber, quien había sido su salvador.

“Siempre estaré agradecido a ese hombre”;  pero cuando supo, quién había sido, escupió, al suelo, en señal de  desprecio; y, dijo que al llegar a su casa,  se daría un baño purificador; después iría al Templo, a, ofrecer, dos sacrificios, uno en desagravio, por haber sido tocado, por un impuro samaritano, y, haber sido conducido, a una posada de idolatras, el otro, para agradecer a Dios, que por motivos misteriosos, valiéndose de un “maldito samaritano” le hubiese perdonado la vida.

Cada hombre siguió su camino, Felipe volvió a su aldea, donde compartía su vida, con una mujer que se había casado, cinco veces, él había dejado a su esposa; para unirse a ella, su esposa tampoco, se había sentado a llorarlo y, había marchado  a  Grecia con un oficial romano.

Simón hizo, lo que había prometido,  no contó a nadie; quien, lo había ayudado. Hay cosas que se deben callar.

Aquel sábado, un mes después de los hechos, Simón, se acerco al joven Rabí;  cuya mirada era tan inmensa, que ni los ojos juntos de todos, los niños inocentes, podrían superarla, ni, igualarla;  cuando miraba.; no veía, sólo los cuerpos, veía las almas,  Simón, se acerco, al rabí, a Jesús, y, le  pregunto. ¿Quién era su prójimo?.  Jesús sin dar nombres le contó su historia, y, añadió. “Ve y haz tú lo mismo

Simón, se fue refunfuñando contra el galileo,  No sabía, como se habría enterado, pero le iba a costar caro,  decirle que tenía, que considerar prójimo,  a un samaritano.


 Aquello demostraba, que Jesús era, un impostor que merecía la muerte. Ya no sólo era amigo de publícanos, y, rameras lo era de samaritanos.

Unos meses más tarde Jesús, se encontró junto al pozo de Sicar, con la compañera sentimental de Felipe;  a quien, se revelo como el Mesías; ella,  Los invito, tanto, a Jesús, como a sus compañeros, a, pernoctar en su casa;   los discípulos,  se mostraban reacios;  pero no tuvieron más remedio que ceder: seguir,  a Jesús obligaba a replantearse muchas ideas.

 A no considerarse pueblo confirmado en gracia. A saber aceptar a todos. Lo que no era aceptar su modo de vida. Era aceptar las personas. Allí Jesús felicito a Felipe por lo que había hecho.  No se vieron más

Meses, más tarde en la pascua Jesús, fue condenado a muerte y crucificado. Y sus seguidores huyeron como si les hubiesen prendido fuego.

El día de Pentecostés, ó,  fiesta de la promulgación de la ley. Se habían reunido judíos de todo el mundo, y, samaritanos.

 Era la única fiesta en la que participaban sin mezclarse. De pronto sintieron que alguien les hablaba., a uno le decía que debía perdonar. A otro no guardar rencor. A cada uno lo que necesitaba oír. Las diferencias de cultura. De educación, y, hasta de diferencias religiosas no eran obstáculo para que entendiesen que había llegado el tiempo de amar. Y. quienes hablaban eran los cobardes seguidores del Nazareno.



Simón, dijo que debían de estar borrachos. Pero ante aquel insulto. El hombre que hablaba, y, que hacia tan sólo 53 días había negado a su Señor ante una criada. Respondió que no estaban borrachos. Aún no habían comido. Que aquello era obra del Espíritu. Que Jesús, a quien ellos habían crucificado. Había muerto por ellos. Y, había resucitado por ellos. Y, ahora les ofrecía su salvación.

Aquellas palabras eran exponerse a la muerte. Pero el Espíritu no soplaba, sólo en el Cenáculo, también removía los corazones de los que estaban allí. Y. éstos entre ellos Simon, y, también Felipe preguntaron que debían hacer. Y, Pedro les mando reconocer a Jesús como el Salvador.


Felipe y Simón recibieron el bautismo el mismo día. Los antes rivales se hicieron hermanos nacieron juntos del agua bautismal.

Las persecuciones de Herodes contra los judíos, y, samaritanos conversos los llevaron a Roma. Muchos años más tarde siendo ya muy viejos. Esperaban en una celda, el momento de ser conducidos a las cruces de fuego; que Nerón había mandado poner para los cristianos;  Dios los había premiado con la muerte en Cruz;  y,  a continuación lo sabían vendría la resurrección.


El soldado que los iba conducir al patíbulo. Les pregunto ¿Sois amigos?. Simón. Con su cascada voz de viejo. Respondió somos, hermanos.

A lo que el soldado replico: “Vamos si no os parecéis en nada”

Felipe, contestó,  Pues lo somos. Hermanos y gemelos. Nacimos el mismo día. Tenemos el mismo Padre Dios, la misma Madre la Iglesia. El mismo Señor, y, Hermano Jesús. El Resucitado.

El soldado, que no entendió nada. Sintió sin embargo envidia. Y, cuando al día siguiente recogió las cenizas de sus cuerpos, supo sin saber como

 Que la Resurrección era cierta.

Fin



























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