viernes, 9 de agosto de 2013

El arpa


Hola: soy un arpa, una vieja arpa, he llegado a este museo, hace unos días. Las gentes llegan me miran comentan sobre mi, hasta no falta el ignorante, que dice, que deberían haberme arrojado al fuego, o, él que señala, que algo se podría haber hecho conmigo.


Yo escucho, porque no soy, un objeto, no soporto me comparen con una silla, o, una mesa.

Yo soy un arpa, si un arpa. Un instrumento musical, en mi interior hay notas.

Hay melodía, hay armonía, están encerradas en mis viejas, y, raídas cuerdas, esperando que alguien las arranque, pero son mías. Y, sólo mías;  o, eso, pienso yo, pero es imposible que me equivoque, tal vez sí.

Tal vez, os estéis preguntando.

¿Quién soy, o, qué soy?

 Porque, como me consideráis una cosa, pues bien, fui el arpa de David, si de David, el antepasado de Jesús. Os voy a contar, mi historia.

Empiezo, bueno, en realidad no era el arpa de David, era el arpa de Saúl; ahora me veis cubierta de polvo, y, vieja, pero hubo una época en que fui el arpa más hermosa de todas las existentes en Israel;  mis cuerdas estaban bañadas en oro; como debía corresponder al instrumento musical; de un rey, yo había sido el regalo de una de sus concubinas. Como premio, porque mi dueño le había permitido llevar a su hijo, entonces se pensaba así.

Saúl, se sentaba a la entrada de su tienda, y, empezaba a tañer mis cuerdas, y, de mi “alma” brotaban, como trinos de pájaros celestiales melodías, que subían hasta las nubes; o, que se confundían con los árboles del bosque.


De mi salía el llanto, o, la risa;  el silencio arrebatador de la oración; él simplemente tañía mis cuerdas.


Después un día, no sé la causa;  el fondo, sólo soy un arpa, empezó a tratarme mal, pulsaba mis cuerdas con rabia, y, yo le respondía, emitiendo  ruidos, un día se enojo, y me lanzo contra una roca, uno de los astillazos que tengo en la madera, fue debido a ello, como el rey se había puesto, mal de los nervios, diríais ahora, entonces decían poseído por un espíritu.

 Le buscaron un muchacho, que supiese tocar el arpa;  que supiese tañerme a mí, y, de paso, ayudase a que el rey se serenase; el muchacho, era David; alegre, risueño, y, se decía que muy poquita cosa.

 El caso fue, que la primera vez que, empezó a tañer mis cuerdas, ni yo misma, esperaba que en mi se encerrase tanta belleza, me dije, “realmente eres grandiosa única”, un tiempo más tarde, aquel muchacho fue hecho rey, y, heredo el arpa.

Es decir me heredo a mí, y, yo seguí vertiendo en el mundo el canto, y, la melodía de los ángeles.

Hasta llego un momento en que mi voz, era la voz, con la que respondía a la voz de Dios.


Como os estaréis dando cuenta. No es justo tratarme de objeto, ya que tanta belleza guardo en mi interior. Simplemente hay que pulsar mis cuerdas, claro que aquí, en este museo nadie lo va hacer, y, eso hace que sea un objeto inútil, aunque yo no me siento como tal, por lo menos, espero que me veáis como la defensora de los derechos de todos los instrumentos de música, y, que comprendáis que la música esta en mí.

El músico sea quien sea; sólo la saca fuera.; creo que hubo un poeta que dijo, algo parecido.


Pero voy a seguir recordando mi vieja historia, ya os conté, los arpegios prodigiosos que David sacaba de mí, pero llego un día; lo acabo de recordar, en que David, se acerco a tañerme, pero la música que salía, de mis cuerdas era negra; como el bramido del viento en la tormenta, como los pasos del asesino en la oscuridad, como el crepitar de los huesos, era horrible, espeluznante.

 ¿No era posible que yo, tuviese aquella podredumbre dentro?.

 No, aquello no podía ser mío, no podía estar donde había estado tanta belleza.

 ¿Pero, si no era mío, de quien era?.

 Luego unos días más tarde, volvió a tañerme, y, entonces de mi brotaron lamentos, y quejidos, llenos de dolor, pero de un dolor bañado en esperanza, y, alegría, todavía no había luz, pero ya se empezaban a difuminar las nubes.

 No entendía tampoco, como aquello, podía venir de mí?.

Hasta que llego aquella mañana, en donde al tañerme el rey, volví. A, hacer vibrar el aire. Con las alegres notas encerradas en mí, y, el sonido de la música se asemejaba al canto de los ángeles; más aún era el diálogo de Dios; con su criatura el hombre.


Ahora repensando mi vida, de vieja arpa, he visto algo claro, que la música no estaba en mí, no esta en ningún instrumento, la música la tienes tú, la tiene como la poesía cada ser humano en el alma;  en contra de lo que estúpidamente pensaba, no era yo la que daba la música, era el músico, quien de su alma, la ponía en mí, y, luego sí, la hacía salir fuera.

Por eso, cuando Saúl, se hubo apartado de Dios, cuando su alma estaba vacía, nada tenía, y, nada podía sacar de mí.
Por ello, también, David, me había tocado de maneras tan diferentes, primero con la inocencia de un muchacho, luego con el sentimiento de justicia de un hombre que quiere ser justo, más tarde con el remordimiento de quien ha cometido el pecado de la traición al amigo y, del crimen, seguido del dolor del alma arrepentida, que siente ya el abrazo perdonador de Dios; para acabar tañendo me como el hijo que ha vuelto a su casa.

 Como el hombre que ha encontrado el perdón de Dios.


Yo sólo soy un instrumento, el poeta estaba equivocado, nadie duerme en mis cuerdas cubiertas de polvo.


Vosotros en cambio, si podéis ser un arpa viva, en cada uno de vosotros, sólo hace falta, que cuando Dios taña, a cada uno, no lo esquive, y, se deje; tocar; como yo, hice con mis músicos, que sea Él quien ponga su música, no intentéis crear vuestra propia música, dejad que sea Dios, El Músico Celestial, quien taña, las cuerdas de vuestra alma, como lo hice yo, como hacemos todos los instrumentos de música viejos, y modernos, os confieso un secreto por mí sola, sólo ruido hubiera producido, del mismo modo vuestra vida, sólo producirá un ruido, que os ensordecerá a vosotros mismos.

Pero si es Él quien tañe, vuestra vida, será un canto.

No importa si en ocasiones triste, siempre será el canto alegre de Dios
Fin

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