jueves, 21 de junio de 2012

José de Arimatea


José de Arimatea, dejo la copa de vino que estaba bebiendo sobre la mesa de mármol recién importado de las cantaras de Carrara, se paso las manos por el negro cabello ya cubierto de canas; suspiro lentamente, y luego esbozo una sonrisa dirigida a su hijo más pequeño que jugaba a pocos pasos del lugar donde se encontraba.

Se levanto, y se puso a caminar en circulo. Dando, gracias al Altísimo por todo; no  sólo riqueza, si no lo que vale más, el saber que él no era el dueño absoluto, sino un simple administrador, que tendría que dar cuenta muy severa al verdadero dueño; a todo ello se añadía la bendición de una esposa que le había dado 4 pequeños;  ser un destacado miembro del colegio fariseo y de los senadores; el poseer unas tierras, casi todo el pueblo de Arimatea, cuyos arrendatarios, se desvivían por él.

Gracias Dios mío, me lo has dado todo, y, , ya no tengo nada más que pedirte, sólo que me conserves a los hijos, y, la mujer que me diste, y que aquí estoy para lo que quieras.; aunque no sé que vas,  Tu a necesitar de este indigno siervo”

Mientras pronunciaba en voz baja estas palabras le llegaba el rumor de una extraña canción infantil; cuya letra decía más o menos así.

Necesito que me bajes,
Necesito una sábana
Y que me prestes tu tumba
Para dejarte mi Vida”

José pensó ¡Vaya letra¡ Pero sin saber porque no era capaz de sacarse aquella cantinela de la cabeza.

Fue entonces cuando Marcos uno de sus esclavos lo llamo, para decirle que; el senador y también fariseo. Ruben. Se encontraba allí y deseaba hablar con él; José dio orden de que fuese conducido hasta él; y hospitalario como era el mismo se adelanto a recibir a su huésped, como eran prácticamente vecinos omitió el detalle de ofrecerle agua para los pies; pero si intercambio con el mismo el ósculo de la paz, y le hizo entrega de agua fresca por si deseaba beber o purificarse; cumplidos todos los trámites que la ley ordenaba; ambos hombres corrieron a reclinarse en sendos divanes.

Bien amigo Ruben, tú dirás a que debo el honor de tu visita”
Ruben. Se meso la barba y dijo; ¿Qué piensas de Jesús, de Nazaret?

José de Arimatea, bebió un trago de vino; como si pensará la pregunta. . “No pienso nada. Porque no conozco a ese hombre. Y, no me interesa conocer a nadie de su pueblo, ¿Pero por que me lo preguntas, quien es?

Quien es dices, amigo José, más bien quien dice ser, debería ser tu respuesta; es un don nadie, el carpintero de Nazaret, el hijo de José, bueno pues ahora resulta que su hijo, un carpintero, sin estudios, le ha dado por decir que es el Mesías, y, no se para ahí, deja que lo llamen “Hijo de Dios” y, él mismo afirma ser igual a Dios.

José apretó los puños indignado,  mirando a Ruben. Exclamo

Pero lo que ese hombre dice es imposible;  El Mesias tiene que ser de Belén, y, nadie ni el Mesías es igual a Dios; lo que me dices es una blasfemia. ¿Qué decisión se ha tomado?

Ninguna. Lo sigue mucha gente, bueno gentuza; los tiene engañados con sus trucos, incluso algunos de los nuestros han creído en él; sería conveniente que acudieses el segundo día de la semana a oírle hablar.

No, tengo más cosas que hacer, que oír, los cuentos de ese vividor; lo que no entiendo es como puede haber personas que lo sigan, por tres o cuatro truquillos que les haga, es evidente que la ignorancia de nuestro pueblo es muy grande.

No se, mira pensándolo bien, debo de ir, así lo desmentiré en contra de todos, no le van a quedar más ganas, de engañar al pueblo.

El segundo día de la semana, José de Arimatea, acudió con las ropas que le había prestado un esclavo a escuchar a Jesús, este se encontraba hablando en los alrededores de una sinagoga,  las gentes se apiñaban a su alrededor hasta el punto de que casi lo asfixiaban.

José tuvo que contentarse con un mal puesto, al ir vestido de esclavo nadie tuvo con él preferencias, pero por lo menos conseguía ver a Jesús, sin saber porque, sintió que la mirada de Jesús lo penetraba, trato de esquivar su mirada, pero le era imposible; entonces se dijo, que era una tontería, al fin y al cabo; el tal Jesús, no era más que un cuentista; al que iba a desenmascarar.

Maestro. Dijo la voz de una mujer, nos has dicho, que cuando ayunemos debemos lavarnos y arreglarnos; para que nadie sepa que ayunamos sólo el Eterno, ¿Entendí bien?

Jesús sonrió y añadió. Muy bien mujer;  "Has entendido perfectamente. Ahora sólo falta, que lo pongas en practica. Que todos lo pongáis en practica. ¿Alguien quiere hacerme, otra pregunta?"

José se dijo, esta es la mía, “ Bueno yo soy esclavo, pero como judío me gustaría saber, ¿de que vale el ayuno, si no se sabe, que se ayuna?

Jesús sin perder la sonrisa de su cara; dijo, "me alegra que un hombre que se llama como mi padre terreno, este aquí, y que lo haga con ropaje de esclavo, porque todo hombre es siervo del Altísimo". Y, ahora José de Arimatea, contesto tu pregunta; " Él único que le interesa saber que ayunas lo sabe,  Porque ese es mi Padre,  El Dios de Israel que esta en el Cielo.

José tal vez indignado, por verse descubierto, exclamo. “Eso que dices es una blasfemia, tú,  eres un simple hombre, tu Padre no es Dios. “

"Por qué me llamas embustero, amigo José, eso es indigno de ti, que eres un hombre justo, porque soy de Nazaret, bueno nacer nací en Belen. ¿Te parece que un hombre de pueblo como yo, no puede ser el Hijo de Dios?

José: "No, lo que me parece es que Dios no puede tener ningún hijo, y que a mi no me vas engañar con 4 trucos"

Jesús : No voy a engañarte con 4 trucos., no voy a realizar ningún milagro. Para convencerte,  sé que tu corazón es bueno. Y,  dentro de 2 años me darás, lo que te pedí esta mañana por medio de una canción.

José: tu debes estar loco,  es la primera vez que te veo,  no me has pedido nada.

Jesús: Sí lo hice¿Recuerdas tu oración, y la canción infantil, que venía del fondo de tu jardín?

José: Si lo recuerdo. Pero no entiendo.

Jesús: ya entenderás amigo. No temas volveremos a vernos. Muchas más veces. Ahora deja que estas personas. Sigan descubriendo el amor de Dios.

José abandono su puesto, y se fue, algo rondaba su cabeza; que no le dejaba descansar. La canción. Y el hecho de que Jesús hubiese sabido quien era. Nadie lo había reconocido. ¿Sería acaso verdad, lo que decía? Pero era algo completamente absurdo, Jesús no era más que un cuentista.

Pero un cuentista, no tenía porque conocerlo, no; él,  José de Arimatea; tenía que acercarse más a aquel hombre,  meterse en su grupo,  descubrir. Quien era de verdad.

cuatro meses  más tarde José ya estaba plenamente convencido, aunque tenía alguna pequeña duda,  de quien era Jesús. Eso sí, no había dejado su casa para ninguna reunión, y, lo más que había llegado, fue a invitar a éste y a sus discípulos a beber un trago de vino,  paseando por el jardín había conversado con Jesús, le llamaba la atención su humildad, junto con su sabiduría, pero sobre todo su Amor, su inmenso Amor.

José de Arimatea. Es ya discípulo oculto de Jesús.

Aquella mañana José recibió la visita de su viejo amigo y compañero. Ruben, este entro a donde se encontraba nuestro amigo muy enojado. Su aspecto parecía lamentable, venia sin asearse el pelo, con los ojos pegados; la ropa sucia, sin perfumarse; como quien tiene un gran disgusto,  es que Ruben estaba ayunando,  todas aquellas señales, eran para que la gente viera que ayunaba, al encontrar a José aseado y con su mejor manto puesto; se encolerizo aún más y le pregunto

 Si es que ya se había olvidado de la obligación de ayunar por lo menos 2 días a la semana, que tenían todos los fariseos.

José le respondió. Que no, es más aquel día el había ayunado, pero era  siguiendo los consejos del Maestro Jesús,  Dios era el único a quien le importaba si ayunaba o no.

Ruben muy encolerizado. Le dijo, que Jesús no era ningún Maestro sino un blasfemo ignorante, y, que él debería de fiarse más de las enseñanzas de los verdaderos rabinos de Israel,  hacer como hicieran siempre los buenos fariseos; que al mostrar a la gente que ayunaba,  estaban dando un testimonio;  por último que tuviese cuidado, no fuese a salirle cara la amistad con “El Carpintero”

José no quiso romper la amistad con su viejo amigo,  y también senador, su fe aún no era fuerte, y le dio la razón.

Se despidieron. José de Arimatea, tomo la resolución, de ocultar más su simpatía por Jesús, no fuese a resultar que los demás estuviesen en lo cierto aunque la verdad era que los signos que hacia Jesús apuntaban hacia otro lado, mas  nunca se sabe, él,  el próximo día que ayunase, iba hacerlo como siempre,  que se notase.

El día de su segundo ayuno,  recibió una visita inesperada,  Jesús, que  le recrimino por su cobardía,  le dijo, como hace siempre Jesús que con Él no valen componendas, que o esta dentro o fuera, que si no cree en Él que lo deje, que no lo estaba atando.

José trato inútilmente de esbozar una disculpa,  no pudo. 

Sólo acertó a decir. “Maestro se que eres el Ungido de Yhavé. Pero necesito tiempo, ayúdame”

Jesús no le respondió,  lo miro con una sonrisa. Y salio de su casa.

Desde aquel día. José siguió asistiendo a los sitios a los que iba predicar Jesús pero de incógnito; ante sus compañeros callo, su Fe en la Mesianidad de Jesús.

Un día Jesús volvió a su casa, a pedirle si podría prestarle una de las habitaciones de la parte de arriba de su casa, para celebrar la Pascua, le prometió que no diría a nadie, fuera de sus discípulos quien era el que les prestaba el local

José accedió, fue en su casa, donde Jesús instituyo dos  Sacramentos, La Eucaristía, y el Sacerdocio

Aquella noche, casi de madrugada, recibió la visita de Ruben y de otros dos para que acudiese a la casa de Caifas, para ser testigo de un juicio.

Pregunto contra quien. Y, se le informo que contra Jesús de Nazaret, por blasfemo;  respondió que no iba, porque aquel juicio se veía a las leguas que estaba amañado, de no ser así, no podría decir por blasfemo, hasta que en el juicio se demostrase si lo era o no.

Además había otra cosa, los juicios debían hacerse de día ante todo el pueblo,  no de noche, como si fuese algo tan urgente.

Jesús no era un criminal,  su juicio no corría prisa.

No fue al juicio; tuvo miedo, a no ser capaz de decir no, a las acusaciones falsas contra Jesús,  también tuvo miedo, que sus compañeros los otros senadores y los sacerdotes judíos lo rechazaran.

Al día siguiente. Un esclavo, el mismo que había mandado con un cántaro para que guiase a los discípulos de Jesús hasta su casa lo informo de que Jesús había sido condenado a muerte.

 Fue hasta el Calvario,  estuvo, oculto; esperando un milagro que no llegaba. El milagro de que Jesús se bajase de la Cruz, y, aplastase a aquellos blasfemos homicidas el milagro de que el Dios de Israel los fulminase con un rayo; y,  enviase a los ángeles, a bajar y curar a aquel hombre, que se decía su Hijo.

Pero no paso nada. Jesús murió entre horribles dolores, temblo la tierra,  se oscureció el sol, pero los movimientos telúricos no eran extraños,  los eclipses tampoco.

Sin embargo algo. Le decía, que el milagro todavía estaba pendiente. Fue entonces cuando se fijo en la Madre de Jesús, ella, le dijo que no tenían sitio para sepultarlo;  Nazaret quedaba muy lejos, si pudiese él hacer algo

de pronto se encontró,  llamando,  Señora, a una  humilde Mujer, Madre de un Ajusticiado;  le dijo que sí, fue entonces cuando se acerco otro senador Nicodemo,  también discípulo clandestino de Jesús.

Entre los dos  con permiso de Pilatos bajaron el cuerpo, con los perfúmenes de Nicodemo lo asearon un poco, no podían pararse porque iba comenzar el sábado de Pascua.

José entonces recordó que había que envolver el cuerpo en una sábana. En su casa. Las tenía muy buenas.  ya casi estaba llegando a su hogar, cuando giro sobre sus pasos, y se dijo. “que Jesús no merecía ir en una sábana. Que otro ya hubiese usado antes. Él se merecía una sábana “virgen”, y compro una, a una mujer antigua hilandera en Belen, rogándole fuese del mejor lino”

En esta Sábana, que aún se conserva, envolvió el Cuerpo humano-divino de Jesús, lo deposito, con ayuda de algunos de sus discípulos que aparecieron, y,  de Nicodemo, en su propio sepulcro.

Maria le dio un beso,  le dijo “Mi Hijo, te lo devolverá muy pronto”

Pero José lo tomo. Por locuras de una Madre que ha perdido a su hijo único.
Ni que decir tiene que no creyó, a, los que le hablaron de la Resurrección. 

Para él si no estaba el cuerpo, es que lo habrían robado.

Hasta que una tarde que se encontraba en su jardín, vio acercarse un desconocido, que llevaba un envoltorio en las manos.

Se volvió extrañado de que sus esclavos lo hubiesen dejado entrar.

Y el hombre en cuestión le dijo, que no necesitaba hallar las puertas abiertas para entrar, salvo las del corazón.

José se puso serio y, le dijo, que no entendía nada, pero que no tenía ganas de hablar con desconocidos, que le dijese a lo que iba, o que se fuese.

El hombre. respondió “A devolverte esto que me has prestado, José,  gracias,  por el Sepulcro,  lo he necesitado pocos días, aquí esta la Sábana”. Entonces. José volvió a mirar y cayo al suelo de rodillas.

Diciendo. “ Maestro. Mi Dios. Mi Señor. Mi Redentor, Mi..”
Jesús lo levanto. diciéndole,  “Y tu Hermano. porque ahora, si, quieras eres hijo de Dios".

Alzo la vista, ya no estaba Jesús

Desplegó la Sábana  allí, aparecían las huellas de sangre de su Cuerpo.  No la lavo.,  se la entrego a la Madre de Jesús pero La Virgen, prefirió la custodiase José.

Días más tarde José, con el resto de los discípulos y, de los Apóstoles  estuvo en el monte donde Jesús los había citado,  en el cual, les dio las últimas instrucciones, y se despidió, yendo al Padre

Desde entonces ya no tuvo miedo a confesar su Fe en Jesús,  cuando fue preciso, lo testimonio con su Sangre.

El que había tenido miedo de que lo viesen seguidor de un Rabino polémico, no lo tuvo, de que lo viesen amigo de un ajusticiado a muerte de Cruz
Poco antes de su propia condena a muerte por parte de sus propios ex compañeros recordó y comprendió la canción que unos niños cantaban aquel día
Necesito que me bajes,
Necesito una sábana
Y que me prestes tu tumba
Para dejarte mi Vida”

Fin

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