jueves, 17 de enero de 2013

El patio


Recuerdo, la vieja casona de la abuela, aunque  fuese, para todos,  “la señora Ignacia” para mis hermanos, y, mis primos, así como para mí era;   “la abuela”, era ya, muy mayor; aunque es posible, que no lo fuese, tanto como nos parecía, pero ya se sabe con 6 años; c cualquiera te parece mayor


Era una mujer alta, esbelta, con un gran moño de pelo blanco, muy blanco de una blancura luminosa, viuda de un militar, con 2 hijos se había visto, obligada a realquilar su casa de campo, en el verano, su marido, había tenido, la mala suerte de morir en el sitio equivocado, pero esta no es una historia, de vencedores, ni vencidos, sino de, bueno, para eso habrá que seguir leyendo.

La casa,  de “la abuela” estaba situada, en medio de un bosque, rodeada al frente a lo lejos por las montañas, y, a la espalda, todavía más lejos por el mar, que sin embargo sentíamos,  rugir embravecido, se hallaba rodeada, de un jardín lleno de árboles frutales, pero lo que más nos gustaba, tanto a mis hermanos, y, primos; como á mi, misma;   era el patio, ó  terraza que estaba en medio de la mansión; en realidad, no era propiamente un patio, si no una terraza acristalada, pero a la que le faltaba un trozo de cristal, en el techo, por él mismo, se colaban todo tipo de aves, de los más vistosos colores que venían, a picar en las plantas, que como en un terrario natural, crecían dentro del ; mismo, allí solíamos jugar, y, merendar, la rica tarta de manzana, a la que nos invitaba, pese a ser huéspedes, su buen corazón, hizo, que siempre nos tratase, como a sus propios nietos, los domingos mientras íbamos, a Misa, ella nos hacía ,dulces,  no acudía pues no era creyente, a veces, le he preguntado a Dios, “ Cómo una persona, que lo tenía, en su corazón, pues estoy, segura de ello, no creía en él”.

Era, muy bondadosa, y, si alguna vez nos regaño, fue, por vernos pelear, ó, por  intentar maltratar un pajarillo, ó, un simple insecto.

Un día, sería por el mes de agosto, entro en el patio, un pajarito pequeño, como un colibrí, aunque no sean de estas regiones europeas, traído tal vez;  por un indiano, el caso fue, que el avecilla, venía todos los días, pero a mi hermano Paco, se le ocurrió la idea,  todos apoyamos, de meter al pajarillo en una jaula, y, dejarlo colgado en el patio, eso, si lo alimentaríamos bien, lo cuidaríamos, se lo dijimos,  a “ la abuela”  que nos dijo que no, el avecica, había nacido libre, y, no se le puede quitar, la libertad, a ningún ser, es un don, claro que, no sabía decir, de quien era ese don, el caso fue, que no tuvo más remedio, que ceder, mis tíos insistieron, y, claro, la buena mujer, ante el temor a perder, unos huéspedes que sentimentalismos fueran, le daban el dinero, que necesitaba para vivir, y, que su hijo menor pudiese, estudiar para médico, pues cedió, aunque con gran pesar.

Metimos, pues el avecica en la jaula, pero esta dejo de cantar, estaba triste, y, no sólo eso, los otros pájaros, que visitaban. Y alegraban el patio, dejaron de hacerlo, no sabíamos que, hacer, por si fuera poco, un día vimos un ave de presa, que intentaba entrar por la abertura del techo, nos asustamos mucho, y, fuimos corriendo en busca de “ la abuela”, espanto el ave, y, nos dijo, que la culpa era nuestra, el águila, no iba más que “ buscar su comida, que le teníamos servida”, y, ante nuestro asombro; por la supuesta maldad del águila, nos recordó, que aquella mañana, habíamos comido, pollo, así que éramos tan “ malos” con el águila; la solución, era, que soltásemos el ave, él volvería, como hacía antes, y, lo mismo harían los otros pájaros, que nos alegraban, las tardes.

Aceptamos,  aunque con gran pesar, pero no queríamos, que un día un ave rapaz, se lo comiese, así pues lo sacamos, de la jaula, apenas se movía, y, lo colocamos en una rama, esperando, que se echase a volar; pero al día siguiente, allí estaba inmóvil en su rama, triste sin cantar, y, así un día, y, otro, no sabíamos que hacer, estaba aún más indefenso, si cabe que en la jaula. ¿Por qué haría aquello, estaría enfermito?

La abuela, nos lo aclaro, le pasa, como a muchas personas, estuvo prisionero, y, se acostumbro, a, que le llevaseis la comida, ahora se ve libre, pero eso significa, buscar su comida, buscar una madre, para sus futuros polluelos, construir un nido, es más fácil, y cómodo ser esclavo, la libertad es un riesgo, es lucha por la vida; pero vamos ayudarle, no le vamos, a dar de comer, y, entonces como esta sanito, se echará a volar, así lo hicimos, y, fue todo un éxito, a los dos días, el colibrí, emprendió el vuelo, y, aunque tardo un tiempo, volvió a visitarnos, alegrándonos con su visita, hasta que un día lo vimos volar, con una ramita en el pico, señal del que se estaba construyendo “ un nido” y, que pronto habría otros de su especie, revoloteando.

Llego, el otoño,  momento de abandonar la casona, y, regresar a la ciudad, empezaban las clases, nos despedimos, de la abuela Ignacia, hasta el próximo verano, no sabíamos que sería, el último, un día su hijo mayor, la encontró dormida, con una sonrisa de ángel en el Patio, aquella atea, de buen corazón, que tanto amaba, a las creaturas de un Dios que le había sido velado, había sido sacada, por su Padre Dios, al que por fin iba conocer, de “la jaula de su cuerpo”, y, había sido conducida al, “Paraíso de la Verdadera Libertad”.

Ahora, soy vieja, y, siempre he recordado, lo que aprendí, en aquellos veranos, pero sobre todo su última lección, que la libertad es riesgo, y, es vida, y, que la pereza puede hacer, que amemos la esclavitud, por ello la mayor muestra de amor. no es hacer jaulas de oro, sino obligar, a los que se ama, que vuelen, que vivan su libertad

Fin


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