jueves, 24 de enero de 2013

Zacarias

Zacarías; beso, en la frente a su esposa, Isabel.

Y, salió hacia, el Templo de Jerusalén; hacía años, que hacía aquel camino, pero cada vez, se le hacía más largo, y, más pesado; sentado, sobre una piedra, recordó, sus años mozos, cuando era un joven sacerdote, e, iba en todas las fiestas, del Pueblo elegido, a presentar, las ofrendas al Altísimo.

Después, vino, su boda con Isabel, era la novia, más guapa, del  mundo.

Con ilusión, habían aguardado, los hijos; que no llegaron, y,   con los hijos, que no llegaron; llego la maldición, y, el desprecio del pueblo, y, de los otros sacerdotes, sobre todo, de Anas, de la casta de los saduceos;  quien,  había instigado, para que no se le permitiese ofrecer el incienso más que dos veces en el año. Él sabía; que un  día  la prohibición sería absoluta. Era un maldito; los hijos,  lo sabía todo el pueblo, eran, la bendición del Eterno, y,  quien no los, tenía, era, que no los merecía.

Una lágrima furtiva,  asomo a sus ojos, se la seco, con el revés de su mano; luego como tantas veces, hurgo, en su conciencia, trato de ver que pecado; tan horrible podrían haber cometido él, y, su esposa, para merecer, semejante castigo; y, por más que busco, no encontró nada. No, porque se creyese justo, que bien sabía, el viejo sacerdote, que no hay justo ante Dios, entre los nacidos de mujer; pero no se veía, más injusto, que otros, que envejecerían llenos de nietos. 

Más,  de una vez; su esposa; le había dicho, que Dios tiene, planes secretos; que el hombre, no puede conocer.

Y,  que si bien, no habían tenido, hijos propios, si había podido, ejercer; aunque sólo fuese temporalmente de padres; y, con una criatura excepcional; Miriam;  la hija de la sobrina nieta, ó, prima nieta; de Isabel; la pequeña de Ana;  y, Joaquín


También él quería a Miriam, porque, era, como un ángel. Pero no era su hija. De hecho hacía más de dos, años, que no la veían. Si, es cierto, que los quería, y, ellos la querían; pero sólo, era una pariente lejana, los hijos de Miriam, serian nietos, de Ana y Joaquín; no suyos, y, de Isabel.

Se dio cuenta, de que estaba anocheciendo, y, apuro el paso; sólo faltaba, que no llegase a su hora, para la función litúrgica.

Cuando llego,  el pueblo, se encontraba orando, en el atrio de los fieles; avanzo hacia, el Santo de los Santos; Del Templo de Jerusalén, para presentar, en nombre del pueblo, y, en el suyo propio, el Incienso vespertino; pues no se le permitía, ofrecer, los sacrificios de los animales.

Frente al altar del Incienso, recordó, las veces que, había invocado al Altísimo, pidiendo que hiciera florecer, el seno estéril de Isabel, ahora hacía tiempo; que, ya no pedía nada.

Se había resignado, con la voluntad de Dios, resignado, porque no le quedaba otro remedio. De pronto. Lo vio allí, de pie. A la derecha justa del altar, y, se asusto, no, porque le viese alas, que no tenía alas, ni tampoco, porque brillase, no, se asusto, porque sabía, que ningún profano, Podía entrar allí; y,  estaba claro, que uno había entrado, ahora, él iba ser el culpable; se encamino, hacia el desconocido,  Para interrogarle, pero este se le adelanto


“No temas Zacarías; tu plegaria, ha sido escuchada, e Isabel tu mujer, te dará un hijo. Que se llamara Juan,  y,  que al nacer alegrara a muchos; no beberá vino, y, será lleno del Espíritu de Dios, ya en el seno materno, muchos volverán al Señor Dios de Israel,  caminara, delante del  Señor, para prepararle, el Camino.”

Zacarías, no estaba de humor para bromistas. Y, no cabía duda de que aquel, lo era. así que lo interrogo

“¿Qué pruebas, tengo de lo que dices; porque como ves, soy un viejo, y, mi mujer lo mismo; así, que no entiendo, de que hijo hablas?

El desconocido, no se inmuto, miro a Zacarías, como a un niño travieso, y, le dijo:

“Yo soy Gabriel, uno de los Santos ángeles de Dios. Que presentamos ante su trono las oraciones de los fieles;  entre ellas la tuya,  té vas a, quedar mudo, hasta que cumpla lo que te he dicho, y, creas”.  Dicho esto, desapareció


Zacarías, trato inútilmente de articular palabra, pero todo fue inútil, se había quedado mudo; trato por señas, de explicarle al pueblo; y,  con los ojos, llenos de lagrimas. Puso rumbo a su casa, en Ain –Karin.

Allí en la puerta, con el cabello, completamente blanco, con la espalda corvada, por los años; lo aguardaba, su amada esposa; quiso, decirle, unas palabras; pero no pudo, no podía, hablar con su mujer; que era, lo único que les quedaba ya.

Isabel, con su amor de esposa; lo envolvió, como una nodriza al niño, que esta criando; cierto, que no podían hablarse, con palabras, pero si, con el corazón; y, con todo, su ser de esposos, cuerpo, y, alma, y, su amor, se hizo tan fuerte, como en el comienzo, de su matrimonio, y, aquel amor, hizo, que la vida, brotase en el seno estéril de Isabel; sin que esta acabase, de creérselo, y,  se ocultase cinco meses.

Seis meses más tarde. Los dos esposos, estaban,  sentados, en el porche de la casa. Isabel tejía, una mantita de bebe, para el hijo, que aleteaba, en sus entrañas, y. se preguntaba. ¿Cómo lo criaría? Cuando sintió a lo lejos, la voz, de la pequeña Miriam.

Se puso en pie, con dificultad. Para recibir, a su pequeña, a, la que seguía queriendo como una hija. Le extrañaba su visita, ya que no conocía, su estado.

“Dijo, ven esposo; vamos;  esperar a la pequeña, seguro que, tiene muchas cosas que contarnos”. Y, tomo a Zacarías del brazo.

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Pero al tenerla cerca. Isabel noto, que la criatura, que vivía en su cuerpo, se ponía a dar saltos de alegría, y, le comunicaba, que allí en aquella, Mujer, estaba su Señor. Entonces Isabel callo de rodillas, ante aquella jovencita.

 Diciendo

“¿Quién soy yo; para recibir, la visita, de la Madre de mi Señor? Bendita tu entre las mujeres, y, bendito el fruto de tu vientre.”

Su niño, se lo acababa, de decir, su pequeña Miriam, era, su Señora, La Madre de su Señor, allí estaba el Mesías, que tanto habían esperado, y, en ella, Su Precursor......

Pasaron los meses, en los que Zacarías,  oía, en silencio los relatos. Y, las conversaciones, de las dos futuras madres, y,  se admiraba, de la capacidad de servicio, de la joven Miriam, y, llego el momento deseado, Isabel, puso en el mundo, un niño; un muchachote, sano, y, gordito, de ojos negros, y, un llorón empedernido.

A los 8 días, llego el momento; de circuncidar al niño, y, ponerle nombre; como el padre, estaba mudo, preguntaron, a la madre, qué nombre, le iban a poner. Y, dijo,  que Juan.

Trataron, inútilmente, de hacerla desistir, puesto que; no había nadie, en su familia que llevase, aquel nombre, pero como seguía empeñada, en ponerle Juan;  decidieron dar, unas tablillas, al padre, y, preguntarle; al fin. Y, al cabo, aunque mudo, era hombre, y, no diría, tantas tonterías, como una mujer.

 Zacarías; tomo las tablillas, miro sonriendo, al Cielo. Y, escribió;  “Juan es su nombre” y, comenzó, a hablar, y, proclamo, a su pequeño, como, “Profeta del Altísimo, y anuncio, la venida del Salvador”.

Por la tarde, con su pequeño en brazos, despidieron, a Miriam, fue entonces cuando. Zacarías, se miro en el espejo del rió; y, vio que su hijo, lo había rejuvenecido, era un hombre joven,  y, bendijo al Eterno


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