lunes, 3 de junio de 2013

La Sombra

La sombra 

Hacía  una semana; que había llegado, á pasar unos días de descanso, en aquel pequeño pueblo castellano; me alojé en una humilde pensión, de esas que ya no quedan, en las que, no existe,  un trato frío, entre huéspedes, y, propietarios,  si no un trato familiar, pero sin llegar  á ser  demasiado cercano.

La regentaba una mujer viuda,  ya, entrada en años, viuda, que había heredado, el negocio, de su  esposo, tenia  3 hijos, pero éstos que venían á menudo a casa, para echar una mano; sobre todo, la hija mayor, que se pasaba casi todo el día en la pensión; fuera de eso, tenía cada uno, ya su propia vida.

El segundo día, después de la cena; le pregunté a “la patrona”;  cuyo nombre por cierto, era, “señora Marina”; a dónde podría ir, a dar  una  vuelta,  la cena había sido temprano, sobre las 9 de la noche, y, yo solía acostarme tarde, así que me apetecía,  salir á  pasear un poco, y, si era posible, ir por sitios de interés.

Pero a mi pregunta, la; señora Marina,  con cara preocupación me dijo
 “Señorita. No salga sola de noche, ni vaya con desconocidos. Sobre todo a partir de las doce de la noche. Si fuese en la zona nueva, no le diría nada. Pero por La  Virgen  Santísima, no cruce el barrio antiguo de noche.”

La miré perpleja, no entendía el consejo, no sólo porque faltaban mucho para las doce de la noche, si no, porque, nunca he sido mujer a la que; le gustasen, ni aceptase este tipo de consejos, y, menos de una desconocida. Pero había un no sé qué; en la voz, y, en los ojos de aquella buena mujer... que era como si por un túnel misterioso volviese a la infancia, y, ella fuese mi querida madre.  Así que  respondí. “Así lo haré”.

No, necesito decir; que, a la media hora ya me había olvidado de mi promesa; y, a la cena lo comenté entre bromas; con el huésped que; me tocó de compañero de mesa.

Pero él no siguió mi chiste, más bien se quedó muy serio; y, renovó el consejo de la anciana, “si no quiere encontrarse con la sombra...”. Agregó.

La sombra, ¡vaya tontería!, pensé.

 ¿La sombra de quién?, ¿estaría en una pensión de locos?

Aquella noche decidí comprobarlo.

Al principio lo único que noté fue el frío de la noche.
Nunca me gusto el frío, ¡si hasta con cuarenta grados duermo con manta! Era un frío extraño, no era el clima, era alguna otra cosa...

De repente vi.;  reflejarse en el suelo y, en las paredes de las casas la sombra gigantesca de un hombre que caminaba a mi lado.

Giré la cabeza para ver a mi acompañante, pero no había nadie.
Pensé que tal vez estuviera escondido allí sin más. Seguramente querrían reírse a costa de la mujer llegada de la capital... Y, por primera vez tuve miedo.

Regrese a la pensión decidida a no volver a salir de noche. Pero al día siguiente ya había olvidado la promesa, y, volví a salir.

Esta vez fui yo quien siguió a la sombra. Y, vi claramente que no era la sombra de alguien escondido, estábamos solos la sombra  y, yo

 Era la sombra de un hombre, cada detalle: lo denotaba. Ya sé que las mujeres también nos vestimos con pantalones, y, todo eso, pero ¡vamos! era la sombra de un hombre.

Recorrió todo el pueblo, no parecía estar atenta a mi presencia, sino que andaba, y, andaba con paso firme, agigantándose más por momentos, doblando en una esquina, siguiendo recto en otras calles, hasta que para mi asombro: y, susto, entró en el cementerio.

Un temor desconocido, para mí me impidió continuar la pesquisa.

Ya me volvía cuando oí unos gritos. No eran de espanto, sino de dolor. Del mayor dolor que se pueda sentir.

Llegué a la pensión aterrorizada, no pude dormir bien, y, a la mañana siguiente confesé mi “pecado” a la dueña. Me miro con los ojos asombrados y me dijo

Entonces.

 ¿La vio?

Claro que la vi. Pero no vi. quién estaba detrás. Y, ese grito de dolor, ese grito que no me dejó dormir, y, aun me resuena en los oídos...

¿Quién está detrás de esto?

No podía,  ver al que está detrás –me dijo- porque ya no está entre nosotros...

No entiendo.

 ¿Quiere Ud. decir que es la sombra de un muerto?

Pienso que no va a creerme, porque hay cosas, que no tienen ningún sentido. Pero yo le diré lo que sé, lo demás, ya lo vio, usted misma

Y, comenzó su relato:

En tiempos de mis abuelos. Y, fíjese que ya no soy una moza. Un hombre, se podría decir que el amo de estos contornos... bueno, no es que fuese el dueño de esta tierra, pero era el dueño de la única fabrica, y, si no daba trabajo...

Pues bien, ese hombre tenía una hija a la que adoraba.

 Había concertado para ella un “buen matrimonio”, pero la hija... obedeció al corazón, y, se enamoró de un empleado de la fábrica.


De nada valió el despido. Los dos enamorados siguieron viéndose, y, la joven resultó embarazada. El padre, no podía consentir,  ni la boda ni el nacimiento del bastardo, no eran de su rango. Así que obligó a la hija, a deshacerse de aquel pequeño estorbo.

Desapareció tres días con ella, y, cuando regresaron, tenía ella en su rostro un halo como de muerte.

Nadie decía nada, porque todos lo necesitaban... pero el caso fue que la muchacha falleció a los pocos días. Según se dijo, por los daños que le había hecho la abortera.

No se tomaron, medidas contra el padre, pero en el funeral, el cura, un sacerdote viejo, lo maldijo. Le dijo:

“Ha puesto a su hija en peligro del infierno, y, más todavía ha privado, a un inocente su nieto, de la vida, de poder nacer, y, servir a Dios. Sí,  no se arrepiente, irá al infierno; Pero si se arrepiente, vagará todas las noches, por el pueblo después de su muerte, e irá, a rezar el Miserere al Campo Santo.”

El sacerdote prosiguió ya más calmado:


“Su hija y su nieto están en el cielo”,  “y, oran por Ud., pero Ud. no podrá descansar, hasta que, sobre la tumba de su hija haya dos rosas blancas.

 Esa será la señal de que Dios lo ha perdonado.”

Desde ese momento, todo el pueblo se sintió aterrorizado, y, desde que él murió, nadie quiere salir de su casa por la noche, y, los que lo han hecho, vuelven con el grito de dolor clavado en sus oídos por varios días.

Esa es señorita la historia.

Me cree ¿verdad?

Si la creo –respondí- la creo, porque lo oí gritar.

Pero para mis adentros, pensé que, también había que hacer, algo más que asustarse, y, encerrarse en casa, pasada la media noche, auque todavía no sabía bien qué.

A la mañana siguiente fui a la iglesia.

Hacia mucho tiempo, que yo no entraba en una iglesia. Ya ni siquiera recordaba, bien las oraciones, pero me senté frente al Sagrario, y dije: “Señor, ten piedad, ten piedad...”. Y, abandoné el templo.

A la noche, volví a salir a la misma hora, seguí a la sombra que, recorría el pueblo hasta el Campo Santo.

 Pero esta vez no hubo un grito desgarrador.

 Por el contrario, el frío de la noche anterior, había sido transformado en una brisa suave, y, cálida, y. sobre la vieja tumba, había dos rosas blancas recién florecidas...


Fin


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