lunes, 7 de mayo de 2012

La tienda del anticuario

La tienda del anticuario 
En el barrio antiguo de mi ciudad, muy cerca de la vieja iglesia románica, hay  una tienda de antigüedades; uno de esos lugares, en los que;  se amontonan muebles que; un día sus dueños se vieron obligados a vender.
Ese tipo de objetos no me gustan, los considero más propios de museos que de hogares normales; por lo que no entiendo ni entenderé jamás como alguien se empeña en pleno siglo XXI en vivir, al menos con los muebles, en el XVIII.
Así que no me pregunten por qué, pero el caso fue que; se me ocurrió entrar en la vieja tienda.

 Deambulé por sus anchos espacios, hasta que el propietario; o dependiente me preguntó que quería.

 Lo hizo de mala manera, y yo le respondí del mismo modo: le dije que había entrado por distracción, pero que no quería comprar, que no me gustaban los muebles viejos.

Me trató de ignorante, me remarcó que antiguo y viejo no es lo mismo... pero de repente y sin ningún motivo cambió de actitud: me invitó a que recorriera la tienda sin ningún compromiso, y ,hasta agregó que era una pena que no fuese yo una compradora, puesto que demostraba entender bastante de lo que allí se vendía.
El cambio me sorprendió mucho, y un poco por alejarme de él y otro poco por compromiso, recorrí el local entero. El tiempo se fue, volatilizado, y decidí marcharme, pero esta misma persona se me acercó y me pidió con insistencia que fuera a ver la trastienda.

Había mucho acumulado, pero destacaba al centro un viejo cuadro que representaba un hombre y una mujer vestidos a la usanza romana con una niña.

El cuadro era antiguo, pero las figuras no: yo las conocía. No acababa de creerlo, me pegué casi al lienzo para constatar: ¡aquella familia, éramos mis padres y yo, con 5 años! ¿Cómo podía ser?

Mis padres jamás habrían posado disfrazados, pero además el cuadro se notaba verdaderamente antiguo, tal vez de la propia época romana.

¿Tal vez reencarnación? no, no creo en ella, ni como cristiana, ni como simple ser humano; que. ve que bastante dura es esta vida como para que haya que repetir curso...

En estos pensamientos estaba sumida cuando el hombre me interrumpió, con una ligera sonrisa:

-¿Le gusta? se lo puedo dejar a un precio razonable - dijo.
No agregó nada más, pero era obvio que por algo me había llevado a esta trastienda.
El precio razonable ascendía a una suma importante, que ni yo tenía ni él esperaba que tuviese, así que a los pocos minutos estaba firmando un montón de letras. “Me van a decir que estoy loca, acabo de comprarme un piso, y ahora me empeño por un cuadro de unos romanos”, ¡pero éramos mis padres y yo!
Salí de la tienda con mi paquete bajo el brazo; no acepte que me lo llevasen a casa.

 Iba subiendo por la estrecha callejuela, mientras oigo el ruido de un auto que pasa: no, no llego a verlo... pero ésta tampoco es mi callejuela.
¿Por qué me duele todo el cuerpo? ¿Qué hace esa mujer vestida como una esclava romana? ¿Qué hago yo con estas ropas? Jesús mío, ¿ qué pasa?
-Ama -me dice- ¿por qué nombras al dios de esos impíos cristianos? No es propio de tu rango ni de tu nombre: la hija de Marco Aurelio y de su amada Leticia, la que él desearía fuese su Emperatriz no puede mezclarse con los impíos.
-No estoy para bromas -digo, saltando del lecho-, me atropello un auto al salir del anticuario, seguramente.

-¿Un auto? ¿un anticuario? Mi Señora Silvana, te expresas con palabras ininteligibles... Ya sabía yo que no debías haber visitado a ese cristiano que diste para los leones: te hechizó.

-¡No estoy loca! ahí esta la prueba -dije, señalando en el suelo el cuadro que acababa de comprar.
-Quedó bonito, ¿verdad?, sobre todo tu hija -me dijo.

-¿Mi hija? ¿No ves que soy yo?
-Ama, Ama... debes descansar, y asegurarte además de que nunca vuelva a entrar a esta casa un pintor cristiano. Ahora recuéstate, ya pasará todo...
Me dijo todo esto mientras suavemente, pero con la firmeza con que se trata a un enfermo, me acompañaba al lecho.

Cuando se fue me asomé a la ventana. Nada que hacer: debo aceptar que allá afuera se extiende el vasto Imperio Romano... “No entiendo nada, Jesús, no entiendo nada. No entiendo nada”, grito, cada vez más fuerte.
-Eh, ¿qué pasa? Despierta. Te dejaste el DVD encendido -me dice mi esposo, en el siglo XXI

-No estaba soñando -le digo- eso no era un sueño. Mejor voy a levantarme e ir a la tienda del anticuario.


Así lo hice, y le pido al hombre que me deje entrar en la trastienda. ¡El cuadro no está! Entonces es verdad que lo compré. Le pregunto por él, pero el anticuario me explica que no hay cuadros tan antiguos, que las pinturas romanas que se conservan pertenecen a frescos, en Pompeya o en Herculano.

Salgo de la tienda, confusa, y me dispongo a subir otra vez -¿otra vez?- por la callejuela. Se oye el ruido de un auto que se acerca... pero no es un auto: allí esta la vieja esclava romana, y yo en el lecho, y ya no sé si despierta o durmiendo, si sueño o soy soñada. ¿A qué Dios deberé pedirle ayuda?

Nunca entres en la trastienda del anticuario....

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