lunes, 14 de mayo de 2012

Felipe una historia sobre un apóstol de Jesús


Felipe
un relato sobre un apostol de Jesús

Felipe tenía 15 años, unos ojos grandes llenos de vida, y una mata de ensortijado pelo negro, era el mayor de 9 hermanos; y junto con sus padres, vivía en la pequeña ciudad de Betsaida. Su padre que también se llamaba Felipe era un hombre austero, que tenia una empresa se diría hoy dedicada al curtimiento de pieles. Aparte también cambiaba monedas. Para que la gente pudiese pagar el tributo al Templo. Casi todo el mundo que los conocía acudían a ellos; pues los cambistas oficiales solían estafarlos. Y Felipe no.
Ahora necesitaban que les hicieran una mesa y unos estantes, y como no habían encontrado carpintero en su ciudad. Había seguido el consejo de un forastero, y optara por llamar a un tal José de la ciudad de Nazaret en la región de Galilea. Le habían dicho que era un profesional intachable, algo no muy común en el mencionado pueblo.
Pero antes de que José, quien iría en compañía de su hijo, un muchacho 2 años menor que Felipe llegase a la casa; unos bandidos penetraron en la misma. Por suerte la madre de Felipe y sus hermanas se encontraban en casa de sus abuelos maternos, pero aquellos desalmados. Golpearon al padre, y al hijo, se llevaron todo el dinero. Y los objetos que había fabricado.
Felipe padre se levanto como pudo; comprobó que su hijo vivía le dio a beber agua, y empezó a pensar como tomaría el carpintero, el tener que volver a Nazaret sin el trabajo hecho, y sin cobrar porque no tenían con que pagar.
Estaba cavilando sobre ello, cuando vio llegar a un hombre alto fuerte de rostro oscuro propio de la raza común pero con unos ojos tan llenos de bondad. Lo acompañaba un muchacho de 13 años alto para su edad. De rostro sereno y alegre, pelo negro muy abundante y largo como era propio de los jóvenes. Entraron en la casa. Y lo primero que hicieron fue ayudar a Felipe a llevar a su hijo a una cama. Una vez allí, el carpintero que se llamaba José, dijo al muchacho que lo acompañaba. Jesús mira en la alforja si nos queda algo de aceite y de vino, del que nos mete tu madre, por si Tú, te lastimas. El niño obediente fue y volvió con unos trapos limpios como si los hubiesen lavado los ángeles. Y 2 frascos de barro, uno con aceite y otro con vino. Y sin ningún asco ni reparo. Vertieron su contenido en las heridas del joven Felipe y en las de su padre. Este no era capaz de creer lo que estaba viendo era inaudito, aquel hombre y aquel joven no eran personas como las demás.
Ahora conviene que descanséis. Mi hijo va ir al pueblo y comprara algo para comer. No os preocupéis que nosotros haremos la comida, cuando mi esposa esta enferma, yo suelo cocinar y dice ella, que no lo hago muy mal.
Felipe dio las gracias, pero añadió que eran mejor, que regresasen, no iba a poder pagarles. Ni tenía dinero para que fueran al pueblo a buscar comida.
Pero José contesto que ellos si tenían dinero, habían hecho 2 trabajos antes, y uno de ellos un gentil les había incluso dado propina. Y no podían como buenos judíos dejar a unos hermanos tirados. Acaso no decía La Tora. Si tu enemigo tiene hambre dale de comer. Pues si se debía de hacer con un enemigo, cuanto más con un hermano. Y por supuesto que harían el trabajo, en otra ocasión ya cobrarían.
Cerca de una semana permanecieron con ellos, hasta que la esposa, y los otros hermanos llegaron. Durante este tiempo los 2 muchachos se hicieron amigos. El hijo de José le contó que había dejado la escuela hacia unos meses. Y que estaba trabajando con su padre en el taller, Felipe le contó que él seguía estudiando. Pero que le gustaría dedicarse a la pesca. Al irse Jesús se volvió a Felipe, le dio un beso de despedida y añadió. Volveremos a vernos. Mi Padre me ha mandado para una misión y quiere que tu formes parte. Felipe hijo, miro a su nuevo amigo y a su padre, sin entender para que podría necesitarlo un carpintero. Pero Jesús con una sonrisa añadió mi Padre, no mi padre. Nada entendió Felipe.
Pasaron los años. Y Felipe consiguió lo que quería trabajar como pescador, no había vuelto a ver al carpintero ni a su Hijo, pero de pronto noto que alguien le tocaba en el hombro se volvió. Y pese a los años transcurridos 17 en concreto lo reconoció enseguida su pelo sus ojos eran los mismos. Simplemente había crecido. Lo miro y le dijo. Llego el momento sígueme.
Felipe simplemente respondió Si Señor, a donde quieras. No supo porque le llamo Señor, simplemente que debía de llamarle así, supo que era el Mesías.
Y como Felipe tenía un amigo llamado Natanael fue a contárselo. Éste se lo tomo a broma. El mesias un carpintero de Nazaret hijo de un tal José, en una tontería así no creía nadie cuerdo. Pero opto por seguir el consejo de su amigo y comprobarlo personalmente. Pero esta es la historia de Natanael, y ahora estamos con la historia de Felipe.
Felipe no era de los íntimos, íntimos de Jesús. Pero se sentía querido. Y sobre todo creía que éste era el Mesias, aunque no sabía que esperaba para echar a los romanos. Y tomar el poder político. Haciéndoles a ellos ministros. Aunque no entendía la actitud de su Maestro se abstenía de dar consejos.
Estaban celebrando la fiesta de los tabernáculos. Y al finalizar la gente en gran numero se quedo con ellos. Y claro se quedaron sin comida.
Jesús llamo a Felipe, y le aconsejo que diesen de comer a las personas que estaban allí, porque si no se desmayarían y podrían morir de hambre. Felipe respondió que no tenían con que, y además haría falta el sueldo de casi un año, para que comieran un poco. Y no tenia pensado hacerlo. La conversación fue interrumpida por Andrés quien dijo que un niño les daba sus 4 panes y 5 peces. Felipe no pudo contenerse. Y contesto a su condiscípulo. El Maestro quiere comida para todos, no para nosotros.
Jesús lo corto diciendo, mandad a la gente que se sienten, y después hizo lo que esta acostumbrado a hacer con las espigas de trigo multiplicarlas. Y comieron y sobro, tanto que llenaron 7 cestos. El pueblo quiso hacerlo rey pero Él rehusó, Felipe no entendió. Para colmo les contó que se iba a dar El mismo de comida. Mucho le ayudo a Felipe su compañero Simón a quien ahora llamaban Pedro, para no largarse. Porque aquellas palabras le parecieron propias de un loco.
Pasaron cerca de tres años, Felipe recordaba lo que le había dicho la primera vez que se vieron, mi Padre, no mi padre, y pensó que tal vez El Señor fuese hijo de un noble judío de la casa de David. Que viviría en la diáspora. Y habría dado su hijo a criar a aquel buen hombre. Seguramente por eso Jesús no habría hecho nada para tomar el poder esperando que Su padre le diese la orden y tal vez le facilitara las tropas. Así pues como en aquella cena de pascua les hablo de que en la casa de su padre había muchas habitaciones. Y que les iba preparar sitio. Felipe lo tuvo clarísimo. Era evidente que en Nazaret tendrían lo justo, así pues era cierto lo que el pensaba el Maestro era un príncipe, y su padre el rey el verdadero rey de Israel no el pintamonas de Herodes títere de Roma estaba de incógnito allí en Jerusalén. Así que no lo dudo y acercándose a su joven Maestro dijo: Rabí muéstranos al Padre, y es suficiente.
Jesús lo miro, no pudo contener una carcajada. Y luego se puso muy triste, acaricio la cabeza de Felipe como si este fuera un niño. Y añadió. Felipe, Felipe, tanto tiempo contigo y no me conoces. No me conocéis, si me ves a mi ves a mi Padre. Lo que yo hago no lo hago yo, lo hace mi Padre, yo estoy en mi Padre, y mi Padre en mí, créeme, o por lo menos fíate de lo que hago.
Felipe comprendió entonces. Que no había tratado con el hijo de un carpintero, ni con el hijo de un rey que tenía enfrente suya al mismo Hijo de Dios. Y por primera vez cayo de rodillas, por ello cuando les dio del pan ácimo de la pascua diciéndoles que era su cuerpo, y del vino de la cuarta copa diciéndoles que era su sangre pese al sabor Felipe no dudo quien había sido capaz de sacar el mundo de la nada. Quien abriera el mar Rojo para que pasaran los hijos de Israel, quien habia sabido encerrarse en el cuerpo de un ser humano por que no iba a poder encerrarse sin dejar de ser hombre, en el pan y en el vino.
Lo que ya no entendió fue que aquel que ahora sabía que de verdad era su Señor se arrodillase para lavarles los pies. Y menos entendió que 4 horas más tarde fuera detenido y llevado ante la autoridad religiosa. Y como sus compañeros menos uno se escondió, tampoco entendió la muerte en cruz de su Maestro su fe empezó a tambalearse por que era claro que Dios no podía permitir que su Hijo muriese en una cruz. Máxime cuando la Ley proclamaba maldito a todo “el que colgaba del madero”, por tanto la peor muerte era morir o ahorcado o crucificado, y además el Mesias, eso lo sabían hasta los que no esperaban en su divinidad. Tenía que permanecer para siempre. Todo ello demostraba que habían seguido a un pobre loco. Si un loco. Pero algo, algo en el corazón de Felipe le decía que no había seguido a un loco. Por ello se alegro cuando las mujeres sobre todo Maria una conversa, les dijo que estaba vivo, pero pronto recobro la lucidez, las mujeres ya se sabe pensó. Ven lo que quieren. Pero Jesús estaba muerto, y si el cadáver no estaba en la tumba, es que los cerdos romanos lo habrían robado para hacer con él sabe Dios lo que.
Cleofás otro discípulo y tío de Jesús, le pidió si lo acompañaba a la ciudad de Emaus. Felipe acepto, todo el camino fueron hablando de lo que había pasado hasta que un forastero se les acerco. Felipe si el Maestro estuviera vivo, lo habría confundido con Él parecía su gemelo. Pero el Maestro estaba muerto. Así pues acepto junto con Cleofás la compañía del desconocido. Y le contaron lo que les había pasado, y las tonterías de las mujeres.
El desconocido en vez de oír y callar, les llamo torpes, lentos. Y les cito textos de La Escritura en la que se decía que el Mesías debía padecer para entrar en su Reino. Llegaron al pueblo y lo invitaron a quedarse. Felipe sobre todo tenía interés en ver que más cosas les decía, notaba dentro algo que no sabía explicar.
El desconocido entro con ellos. Tomo un vaso de vino que le ofreció Cleofás. Y remango las mangas de su túnica para tomar un pedazo de pan, entonces al partirlo Felipe y Cleofás vieron las cicatrices de unos clavos miraron para sus pies descalzos y pudieron ver las de unos clavos cayeron de rodillas, el desconocido les dijo si soy Yo. Y al momento miraron y no había nadie. Solo una luz inmensa llenaba la casa, y; los llenaba a ellos. Pese a ser noche cerrada.

No hay comentarios: